martes, 27 de diciembre de 2011

Kirov y la leona

Soy tonto. Me dejé llevar por la idea de que había conseguido un editor y un artículo periodístico fuerte. Al mediodía, a punto de entrar en la librería, porque ese domingo me tocaba trabajar, ya tenía en claro que Etna no me ayudaría en esta jugada. Tenía sus razones. El domingo en una librería de Florida es, por demás, aburrido. Añoraba el sábado a la mañana. Había formicado con mi zorra pelirroja esposa y había soñado con una leona rubia de amante (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/12/el-sabor-de-una-mujer.html ).
Ya había quedado con Sandra en que me encontraría esa mismo día por la noche. No me iba a echar a atrás en esa cita. Tenía una llama de esperanza. Pequeña pero intensa y alimentada con leña. 
Terminada la jornada laboral, llamé a Etna y le dije que iría más tarde a cenar. Me encontraría con un compañero de trabajo, mentí. Ella no preguntó. Pasadas las veintidós horas esperaba en la amplia esquina de Las Heras y Pueyrredón. El tiempo había cambiado. Una llovizna caía bajo una noche encapotada. Sandra llegó impregnada del resplandor amarillento de las luces de la avenida.  Por entre el gabán largo y abierto, con cada paso asomaban unos jeans ajustados en los muslos y un poco más amplios y desflecados en la pantorrilla, sobre las botas tejanas de puntera aguda. Nos saludamos con un beso leve. Me observó con sus inmensos ojos celestes lavados a lo Madonna. Me acarició el rostro, el bigote y la barba candado.
-Sos tan lindo, Marcos –dijo casi para sí misma-.
Mi cabello comenzaba a estar húmedo. Con sus manos blancas ella lo peinaba suavemente hacia atrás. Lejos habían quedado Etna y los chicos. Estaba solo. Otra vez estaba entre las garras de la leona. Deseaba su zarpazo.
-Sos tan lindo con ese aire intelectual a Kirov –continuó ella-. Tan intelectual. Kirov era el más lindo de todos ellos.
Sus ojos celestes no podían ser discretos. Bajó la vista. Mi pantalón de vestir parecía diseñado para ella: permitía que advirtiera con facilidad si yo estaba alzado. Tomé con mis dedos su barbilla y acomodé su rostro con su mirada frente a mi.
-Sergei Kirov no usaba barba candado como yo –dije-. Kirov terminó mal. Todos terminaron mal. Pero eso que importa.
-Sos talentoso.
Con mi cabeza entre sus manos ella revolvía mi cabello hacia atrás.
La lluvia crecía. Su cabello largo y rubio caía desparejo hacia adelante. 
Propuse sentarnos en un bar. Caminamos en silencio. Subimos al primer piso de un local sobre avenida Pueyrredón. Estaba vacío. Elegimos una mesa. Yo me quité el saco. Ella el gabán largo. Mientras estuvo de pie, me detuve en sus muslos y en la costura del jean en su entrepierna. Sonrió ampliamente. Nos sentamos. Vino el mozo. Nos trajo los cafés.
-¡No sabés! -exclamó festiva-. Te tengo que contar. Ayer estuve con Matías, mi novio. Creo que ya te hablé de él (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/08/la-noche-del-sueno-eterno_16.html ).
Miré por el vidrio hacia afuera. Algunos autos doblaban por Pueyrredón hacia una calle mas pequeña bajo una lluvia.
-Ayer, Matías me invitó a su casa a almorzar. Fui a su casa al mediodía...
-Ayer no trabajaste en el negocio –la interrumpí-.
Negó con la cabeza. Estaba ansiosa por contar.
-Soy muy feliz -insistió-. Quiero compartirlo con vos. Porque te quiero, Marcos.
"Cuando llegué a lo de Mati -dijo sin respiro-, la luz del mediodía entraba por las cortinas del ventanal que da al patio. En el ambiente central tiene la mesa del comedor. Es rectangular. De madera. Muy agradable para estar.
"Me saqué el abrigó, lo dejé sobre un silla. Me besó. Suavecito, como es él. Yo estaba vestida con un pantalón negro, con sandalias y una remera rosa sin mangas. Fui un poco fresca. Es que, al principio, no entendía por qué Mati me había pedido que fuera bien, pero bien, limpia, sin perfumar y medio fresca. ¡Con el frío que está haciendo! Después me quedó claro."
Una sonrisa amplia en los gruesos labios la detuvo y hasta sus mejillas se colorearon.
"Entre los arrumacos y las caricias me susurró al oído una idea. Yo re complacida. Me saqué los pantalones. Me indicó que podía dejarme las sandalias. Así, en slip... digamos, bombacha cavada blancay remera rosa, me ayudó a subir a la mesa y recostarme boca abajo".
Sus inmensos ojos celeste lavado a lo Madonna brillaban.
"Sentía la madera bajo mis piernas y en el comienzo de mi vientre. Era evidente que él ya tenía algo preparado. Porque trajo dos fuentes de vidrio que puso sobre la mesa, junto a mi, a la altura de mis hombros. Una era fría, lechuga y tomate. La otra tibia, acelgas, zanahorias cortadas, papa, todo hervidito. También trajo una botella de aceite, un frasco de mayonesa con una cuchara y una fuente más pequeña con trocitos de pechuga de pollo. La verdad, me estaba excitando. Mucho".
Intenté interrumpirla. Pero ella no hizo caso.
-Te sigo contando.

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