martes, 16 de agosto de 2011

La noche del sueño eterno

Se recomienda leer también "Volvió una noche"
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/07/volvio-una-noche.html

Tengo casi la misma edad que mi amigo Jerry (creador de este Black Rabbit) y soy un hombre sensible. Con todo el peso que la idea tiene desde los años 80 en adelante. Quizás por eso sé lo que significa, aunque sea sólo con la yema de los dedos, que un hombre llegue al umbral de la herida más tierna de una mujer, aunque ella esté escondida detrás de la costura de un jean. Sandra apenas había abierto las piernas para facilitarme esa caricia insondable.
Pero, mientras yo estaba con mis dedos por esa zona angosta y mullida del jean grueso de ella, el vagón del subte estaba lleno. El transpirado del mundo estaba entre nuestros adorables juegos perfumados.
Sandra Pasadella y yo estábamos perdidos. Enroscados en un abrazo en el asiento largo del vagón del túnel, de la noche de salida del trabajo. Yo recorría los labios gruesos de la rubia con los míos. Hasta que despegamos los rostros. Ella bajó un poco la vista. Sus ojos celestes lavado a lo Madonna eran inmensos y fáciles de seguir. Quité el saco de mis piernas. En la zona de la cremallera de mi pantalón de vestir Sandra observaba mi erección. Quizás hasta la disfrutó. ¿Qué creen ustedes?
Acaricié su rostro, cerca de su oreja y su cabello rubio y largo. El subte se bamboleaba a una estación más. Su piel estaba tibia. Me volví a perder en sus ojos celeste lavado mientras ella los entrecerraba. Ahora era su mano la que arañaba con delicadeza mi erección bajo la cremallera del pantalón de vestir en plena escena pública. Ambos olvidamos el apriete del resto de los pasajeros. Me sentía el único hombre. Volví a poner mis manos sobre sus muslos de jean grueso. Pero no.

Un tirón. Ella me detuvo. Alejó mi rostro del suyo con ambas manos.
-Paremos acá –anunció-. Vos estás casado –retomó ella-. Tenés hijos.
Hice una mueca. Sus mejillas estaban sonrojadas. Sus ojos inmensos estaban por mi barba candado cuando habló.
-Ese momento ya pasó.  Fue hace cuatro años. Ya te lo dije. Ahora estoy muy enamorada de otra persona.
-¿Otra vez vas a volver a echarme en cara lo de hace cuatro años? –dije con desgano-. Ya te lo cobraste hace dos años, cuando no me respondías ni un llamado.
Esta vez bajó la vista hacia la nada.
-Yo estaba muerta de amor por vos. Pero vos, nada.
-Mi mujer estaba embarazada de Andresito. No podía -lamenté-. Lo sabés –hice un silencio-. Ahora es distinto. Y yo no niego otras relaciones. Vos me movés la estantería. Yo a vos. Nos buscamos. Nos encontramos.   
Las explicaciones, las argumentaciones, me sacaban de mi papel de hombre seductor y eso no hacía más que fastidiarme. Además, de qué valían argumentaciones si yo no podía tener a la reina, en la ciudad del escondite soñado. En el lugar de Sandra Pasadella no tenía que vender libros, ni ganar plata, quizás ni trabajar. Allí era siempre el detective Marlowe, siempre ganador, siempre distante. Siempre sensible. Ella me hacía seductor. Siempre clandestino.  
-No sabés lo que puedo hacer yo –reflexionó como si no me hubiera escuchado- cuando estoy muerta de amor –creí ver una muy leve sonrisa rosada en el labio-. Ahora ya está –acabó en un susurro-. Ya estoy con otra persona. 
No valía la pena insistir. Sin embargo, en su tristeza vi mi última esperanza. El subte ya llegaba a la estación en que yo debía bajar.
-Cenemos juntos mañana y hablamos –largué de un saque-.
Ella dudo. No levantaba la mirada del piso sucio del vagón.
-Me tengo que bajar –la intimé-.
-Un café –por fin levantó la vista-. Vayamos a tomar un café. Te llamo al celular.
Me puse de pie para salir. El convoy ya llegaba a estación. Sus ojos eran dos lágrimas de mar al amanecer. Le acaricié la mejilla tibia con dorso de los dedos.
-Estas enamorada, ¿no?
Asintió. Yo salí disparado del subte, junto con el gentío hacia el anden.
La noche de la avenida Corrientes. Encendí un cigarrillo. El obelisco al frente, entre las hilera de luces. Las librerías y teatros. Ciudad de Buenos Aires. Planes clandestinos entre bocanadas de tabaco. Cenas. Telhos. Esos ojos celeste lavado a lo Madonna. Esos jeans ajustados. Esas botas tejanas sobre mi tobillo. Todo un mundo paralelo.
Doblé por una calle lateral a la avenida hasta llegar al edificio. Subí al departamento. Etna y los chicos salieron a recibirme. La pase bien en la cena. Con esa familia hermosa que tengo. Los amo. Amo a Etna, mi mujer, esa morocha pequeña y preciosa. No fornicamos. Pero me acosté con ella cansado y feliz.
Jamás creí que Sandra me volvería a llamar. Sin embargo, lo hizo.

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