lunes, 22 de agosto de 2011

El delicado vello de Victoria Vanucci


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Tarde un tiempo en tomar conciencia de que “Victoria” era “Vanucci”. Pero, por fin, unos días después que ella pasó por el librería, la portada del libro Yo también tuve una novia bisexual, de Guillermo Martínez me servía de referencia. Era el mapa de una zona extraña por la que había pasado. En la tapa se veía la zona del estomago de un ser humano en un tono resplandeciente sobre fondo oscuro. La piel parecía suave. El ombligo era una delicia. Pero ¿se trataba de una mujer? ¿No se ve un corto y delicado vello? Y, sin embargo, no hay nada tan delicado con el pelo (el pelito, mejor decir) en la piel de una mujer que me gusta. Digamos que después del paso de mi primer recorrido por la Vanucci, opté por pensar que en la tapa del libro de Martínez se ve un humano. Delicado, suave y delicioso.
            En otro encuentro, Vanucci me contó algunas cosas de su vida (de sus vidas, sería mejor). Cómo la habían hecho mujer y cómo una persona puede hacerla mujer. Yo no soy un hombre con muchas luces. No soy un Marcos García, que relata como se levanta a sus amantes ( http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/07/volvio-una-noche.html ), ni soy un Jorge Rojas, que referencia con la mayor elegancia como su súper dominatrix Belu le perfora el ano ( http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/07/el-uniforme-y-el-soldado.html ). La noche lluviosa de domingo en que ví a Vanucci, estaba más gris que de costumbre. Con todo, hasta cierto punto, puedo entender por que Victoria me eligió a mi (y es más que obvio por qué yo me dejé deslumbrar por ella). Lo que no me termina de cerrar en mis pensamientos es cómo es que ella apareció por el local. En principio parece claro que entró para ver su propio libro de fotografías. Pero ¿no hay librerías en avenida Alvear? ¿O es que ella no tiene nada que ver con avenida Alvear? Antes de pasar a como ella es mujer u hombre o lo que sea que quiera ser, mejor, veamos qué es lo que ella hizo de mi. Esa historia comenzó conmi
go agachado, rodillas flexionadas frente a sus formadas piernas.
Acerqué la cabeza hasta rozar mis labios con su muy abultado short de cuero negro. Ella me detuvo con sus manos enguantadas sobre mi frente. Me sostuve en sus botas bucaneras para no despegarme. El anochecer era demasiado miserable y el local demasiado pútrido para salir de allí. Aferré sus muslos con mis manos. Sus piernas eran fuertes. Así agarrado, subí con mis labios, me metí bajo su remera larga oscura. Pasada la línea del cinturón fui subiendo hasta el ombligo. Allí me quedé. Justo abajo del ombligo. Con la punta de la lengua acariciaba con suavidad el surco de vello fino marcado por un cuidadoso depilado o afeitado –según se considerara que Victoria era mujer u hombre-. Su cuerpo hizo un ligero temblor.
Su mano enguantada tomó mi cabello desprolijo por la nuca. Tiró mi cabeza hacia atrás. Lentamente pero con firmeza. Volvió a acomodarse la remera. Me soltó. Tomé el libro de Beatriz Preciado del suelo y me incorporé. Cuando estuvimos frente a frente, bajé la mirada avergonzado. Victoria, en cambio, me escudriñaba. Creí leer ternura en ella. Estábamos en el fondo de la librería casi vacía. Ya no veía la garúa de la calle. La sensación de vacío en el estomago comenzaban a crecer. Pero fue inevitable. Cuando su mirada marrón volvió a cruzarse, nos besamos en los labios. Con fuerza y fruición. Al tacto sensual, su boca y sus alrededores en el rostro no me impresionaron distintos a los de cualquier mujer. El libro volvió a caer al piso.
Con mis manos por atrás, apreté con fuerza sus nalgas redondeadas en cuero. Las presioné contra mi pantalón de vestir. Y por primera vez (en mi vida), mi pene estuvo cerca de otro pene en situación erótica. Claro, el de ella se aparecía en mi como absolutamente femenino. Sin embargo, a pesar de la confusión que ya reinaba en mi, el asunto me sacaba de un domingo aburrido. Su cuerpo pujó por separarse. Nos despegamos. Esta vez pude sostener la mirada.
-Joaquín... –comenzó-
¿Ese era mi nombre? ¿Ese era yo? Seguramente era lo que decía el gafete blanco que me identificaba como vendedor de libros de la compañía. Ella susurraba.
-Me encanta lo que nos pasó. Pero no quiero que tengas problemas.
-Me siento extraño. Yo siempre fui, es decir, soy...

Sacó de una carterita, que hasta ese momento yo no había notado, un teléfono celular y se dispuso a anotar mis datos. Yo, en cambio, metí mi mano por  abajo de su remera y posé la yema de mi dedo índice sobre su ombligo y comencé a bajar. El short abultado me dio curiosidad. La acaricié sobre el cuero.
Le miré el rostro. Cuando logré salir de sus ojos producidos y pestañas puntiagudas, comencé:
-Hay cosas que no entiendo.
Rió un poco. Para mi, hasta ese momento había sido “Victoria”. Aunque ya comenzaba a intuir un apellido cargado de glamour y escándalo que no se correspondía con un domingo húmedo, un empleado bucólico, en una librería desierta. Quedamos en futuros encuentros. Cambiamos números celulares de diez cifras. Ella comentó al paso que, a cuenta de una honorable, talentosa y famosa cantante  inglesa –que no viene al caso mezclar aquí- ella haría unas fotos y que quizás, hasta pudiera asistir a alguna de esas sesiones (siempre y cuando ella llegara a blanquerme como un “amigo” o algo así). Yo ya sentía fragancias, colores, aventuras (y estridentes contradicciones) que nunca había vivido hasta entonces. Aun quedaba el pasado de nuestras vidas. Tuve una, quizás única, certeza: Sea lo que ella o él fuere, era hermosa.



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