martes, 5 de julio de 2011

El uniforme y el soldado

             Es una lástima que no haya nadie. Después del placentero cosquilleo que sentí hoy, mañana fría de martes, mientras estaba en el baño, no encontré a nadie en el Black Rabbit. No estaría acá, escribiendo, si no fuera por eso. El asunto comenzó la noche del viernes. Quedé en encontrarme con Belén en su departamento. Llegué bastante tarde. Había cenado rápido. Aun llevaba puesto el traje del trabajo. A la entrada la abracé con fuerza. Me deleité con su cara fresca y feliz. Fuimos directo al dormitorio. Ella se dejó caer de cola sobre la cama doble. Yo me quité el saco, la corbata, a paso más lento me desaté los zapatos y me los saqué también. Ya recostado tironee de los pantalones hasta que los tuve afuera. Ella me tomó del rostro y me besó. Luego se apartó y se sacó la ropa. Había sido un día largo en la ofi.
Nunca olvidaré lo blanda que me resultó aquella cama amplia, de una hija bien posicionada. Tirado boca arriba, tantee mi estomago. Y, a pesar de que yo era “su chico”, no pude dejar de preguntarme cuantos otros había reposado sobre ese lecho mullido y apacible. Bajé con mi mano hasta el calzoncillo boxer gris deportivo y holgado. Traté de frotarme. Creo que no tuve éxito. Había sido un día largo en la ofi.
  Al cabo de un tiempo sentí que alguien me movía el hombro. Me despabilé como pude. Belu estaba a mi lado, aun llevaba la bombacha de algodón y el corpiño blanco.
-Te dormiste –dijo en tono mustio-.
-Perdón –atiné-. Fue un día duro en la ofi.
Ella apartó la vista. Tenía una expresión molesta. Su flequillo se había apartado de la cara. La luz tenue del velador de la mesita despejaba la frente libre de cabello. Traté de hacer reaccionar a mi cuerpo. Nuevamente traté de frotarme. No logré nada. El cansancio era más fuerte que yo. Quedé acurrucado sobre mi mismo en un nuevo acceso de sueño. Hata me acobijé entre la  frazada. No se cuanto tiempo pasó.
Una mano pequeña me sacudió por el brazo, la otra me arrancó la frazada. Abrí los ojos por completo. Belén estaba de pie, al costado de la cama. Abrí los ojos. Por completo. Ella llevaba botas altas y de puntera aguda, un ajustado mini short negro brilloso y corpiño de cuero. Había tenido tiempo de calzarse el uniforme. Daba unos breves pasos. Se la veía pequeña, delicada pero imponente. Sus piernas formadas y hasta el flequillo oscuro sobre la frente me impidieron pestañear. Quise incorporarme. Pero mi cuerpo no respondía. Ella me tendió una mano. Brillaba oscura. Llevaba sus guantes cortos de látex.
Tomé su mano y me puse de pie frente a ella. Ella sonrió un poco. Yo también. Sin embargo, estaba avergonzado. Aun con la camisa de oficina, las medias tres cuartos azules y el calzoncillo, nada en mi era sensual. Me dio media vuelta. Suavemente me abrazo por la espalda. Desde allí sus manos enguantadas acariciaron mi vientre. Una especie de aceite resbaladizo cubría el látex negro.
Con un movimiento de guantes, me bajó hasta la mitad de los muslos el calzoncillo boxer gris deportivo y holgado. Se colocó a mi costado con breves pasos de taco. Levantó mi camisa por adelante. Mi pene aun continuaba dormido. Y yo no podía hacer ya nada para remediarlo. Había sido un día duro en la ofi.
Levantó mi camisa por la espalda. Setí las yemas de látex en mi espalda. Los dedos índice y mayor bajando por la médula. Su mano sedosa sobre mi cola. Con un susurró de ella abrí un poco más las piernas. Sus dedos entre mis nalgas. Lentos, cambiaron de posición. Sentí una caricia intima. Tomé conciencia de un orificio que todos los hombres tenemos. La otra mano me inclinó la espalda hacia adelante. La punta de su yema estaba en la puerta. Ahogué una queja en la garganta y la penetración del dedo de látex negro. Sólo una falange. Fue suave. Un silencio nervioso se había apoderado de mi. De golpe, me puse tenso y mi cola quiso cerrarse. Pero ella ya asomaba adentro.
-Firme –susurró-. Me gusta.
Sin sacar su dedo índice de ese lugar, volvió a colocarme un poco más erguido. Me observó al rostro con una sonrisa. Yo respondí la mirada con cierto temor. Levantó mi camisa por adelante. Los dos miramos hacia abajo. Mi pene estaba erecto, como un soldado recién enrolado. Quise tocarme. Belu me detuvo con una mirada oscura.
-Ya lo intentaste –me indicó y volvió la vista a mi entrepierna-. Él tendrá su noche dura. Porque yo también tuve un día difícil. Supongo que lo podés entender.
Asentí con la cabeza. Comencé a comprender que él quizás ya no me pertenecía. Luego Belén me liberó la cola y me dejó caer sobre la cama doble nuevamente. Yo boca arriba, relajado sobre esa cama mullida y apacible. Él parado, al frente. Sólo para ella.
Aun había cuestiones que aclarar. Pero eso lo comprendí más tarde. A lo largo de la profunda noche que recién comenzaba. 

CONTINUARÁ EN...
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/09/el-vuelo-de-la-mariposa.html

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