martes, 6 de septiembre de 2011

El vuelo de la mariposa


La noche del viernes fue larga para un hombre que, como yo, estaba cansado y le costaba ponerse erecto. Por suerte, soy maleable. Mi cuerpo es una tabula rasa en la que Belén escribe con la tinta del deseo. Como dije en “El uniforme y el soldado” (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/07/el-uniforme-y-el-soldado.html), recién recordé esa noche de viernes, el martes siguiente cuando fui al baño a defecar. Ya veremos por qué.
Del primer polvo de esa noche de viernes, la recuerdo a ella desnuda, con su vello frondoso sobre el sexo, pero con los guantes negros cortos y la botas altas de puntera afilada. Montada sobre mi, maltrataba y exigía a mi pene con su vulva. Él, siempre erecto y complaciente, no hacía más que guerrear en su interior. Pero eyaculé en seguida. Estaba tan forzado, que sentí el semen blanco salir de la pequeña ranura del pene como si lo estuvieran exprimiendo. Belu se bajo de mi decepcionada. Sin decir palabra. Apenas si sentí rozar suave y tibio el cuero negro de su bota alta sobre mi estómago.
Yo quedé exhausto sobre el mullido lecho de doble plaza. No muy distinto a como había estado mientras ella me montaba sexualmente. La luz del velador era tenue. Vi sus ojos negros, brillantes y pequeños. Me observaban con cierta dureza. Hasta que se dio vuelta. Y me dejó la vista de su cola al aire. Su cabello negro y lacio por su espalda. Fue lo último después de ese primer polvo fallido. Mis ojos se cerraron. No lo quería. Pero la noche ya estaba muy entrada. Me quité el profiláctico en la somnolencia. El viernes agotado por toda la semana había quedado atrás. Pero aun pesaba.
Esta vez Belu me dejó en paz. No hizo nada por cortar mi caída en el mundo onírico. Volví a abrir los ojos por mi propia voluntad. Ella estaba a mi lado. Recostada en la cama. Con la cabeza levantada, apoyada sobre su mano enguantada de látex negro. Aun llevaba las botas altas. Con la inclinación del rostro, su flequillo se descorría de su frente. Sonreía. Traté de erguirme sobre la almohada. Había pasado el tiempo. Porque ya no estaba desnuda. Sobre el pecho llevaba una remera holgada sin mangas pero lo suficientemente corta para dejar su pupo a descubierto. Abajo de la cintura había vuelto el ajustado mini short de cuero negro. Sonreía. Sabía lo que me volvía loco.

Tenía unas piernas que, adornadas con el cuero negro, aun se veían más delicadas. El ambiente de la habitación era agradable. La puntera de su bota frotó mi tobillo. Bajo el ajustado cuero negro había una vagina que yo comenzaba a desear. Me incorporé un poco más sobre la almohada. Aunque sentía mis músculos como una región inhóspita. Advertí que estaba desnudo. Traté de sacar provecho de ello. Comencé de masturbarme. Belu no hizo nada. Pero al ver que mi alicaído pene continuaba impávido, me apartó las manos. Nuevamente advertí que sus  guantes estaban impregnados de una fina capa de un líquido lubricante.
-Creo que yo me entiendo mejor con él –dijo-.
Salió de la cama y caminó hasta el centro de la habitación. Yo me puse pie y, desnudo por completo como estaba, caminé hacia ella. La besé en los labios. Sus ojos brillaron entrecerrados. Luego, con suavidad me dio media vuelta y sin que yo flexionara las piernas, me inclinó la espalda hacia adelante. Yo me apoyé con las manos sobre la cama. Advertía lo que sucedería. Así que cuando, por abajo, vi sus botas, abrí las piernas lo mas que pude.

Como era de esperarse, primero ella abrió mis velludas nalgas y penetró mi ano por segunda vez en una noche de viernes. Su dedo índice, sedoso, avanzó con mayor facilidad que la vez anterior. Miré mi pene por entre mis brazos. Estaba pequeño. Belén había fracasado. Quizás si me hubiera masturbado. Pero su dedo índice enguantado de negro no se movió de donde estaba. En mi ano, se dobló en forma de anzuelo. Tiró hacia arriba. Sentí una dulce molestia.


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