"De playa sobre el jeep"
Alina María:
No sé si volviste a ver a
Mariano y a Bilbao, esos muchachos tan amigables, en especial para vos, que
conocimos en el verano.
Tengo la impresión de vos si
los volviste a ver. Está basada en algo que me sucedió hace algunas semanas.
Me crucé a Bilbao en el subte,
una tarde que volvía del trabajo. Charlamos brevemente. Quedamos para vernos en
una cafetería del centro.
Vos, diosa de mi corazón,
fuiste el motivo de charla principal el siguiente viernes por la tarde, en mi
encuentro con Bilbao.
No hablamos de hechos
particulares. Sin embargo, él parece sentir un gran aprecio por vos. Su amigo
Mariano, según me contó también tiene un lindo recuerdo tuyo.
En realidad, al principio
ninguno de los dos sabía bien que decir. Ni siquiera teníamos en claro que
razón nos había llevado a estar sentados el uno al lado del otro, sobre las
banquetas de la barra de la cafetería.
Así que la conversación versó
sobre el tiempo, cuestiones de los trabajos de cada uno, algo de política. Nada
interesante. No había mujeres en nuestras palabras. Hasta que tuve ganas de ir
al baño a orinar.
Con un gesto le indiqué lo que
haría. Pero él me detuvo suavemente por el hombro cuando la punta de mi zapato
apenas tocaba el piso para bajarme de la banqueta. Había dejado el saco en un
asiento contiguo así que estaba en mangas de camisa. Quedé quieto.
Aun con mi cola sobre la
banqueta, Bilbao tiró un poco con sus dedos de mi cinturón y separó unas
pulgadas el pantalón de mi cuerpo. Por el hueco metió los dedos de la otra
mano. Sentí sus uñas más allá de mi camisa hasta que alcanzó el elástico de mi
ropa interior. Tiró hacia arriba hasta que un fragmento estirado de la prenda
salió a la superficie por encima del pantalón. Era el elástico de un calzoncillo
boxer. Sin demasiada gracia.
Miré mi cintura. Miré su
rostro. Sonreí nervioso. Él sonrió más tranquilo. Me palmeó el hombro. Me
soltó. Me bajé de la banqueta. Fui al baño.
Allí, en la soledad, frente al
mingitorio, te recordé con una intensidad que creía olvidada, Alina, diosa en
mi corazón. Cuando volví del baño, Bilbao y yo no pudimos dejar de hablar de
vos.
Allí, en la soledad, frente al
mingitorio, recordé aquella tarde soleada de verano cunado terminábamos de
almorzábamos bajo la sombrilla de la mesa de un parador frente a la playa. La
brisa te acariciaba cabello castaño largo y ondeado. En tu bikini plateada, ya
estabas lista. Pero querías saber si yo me había preparado para una tarde en el
mar.
Así que, cuando me puse de
pie, estiraste un poco la cintura de mi bermuda con tus delicados dedos. Con la
otra mano, metiste un tenedor por dentro de la prenda. Hasta que enganchaste
otra prenda y tiraste hacia arriba. Salió a la superficie, por arriba de la
bermuda, el elástico estirado de mi slip de baño en tono bronce. Ese que vos
siempre querías que usara cuando estuviera alzado.
Fuimos a la playa. Ya sin mi
bermuda. Me disfrutaste hermosamente. Hiciste que te acariciara y que usara mi
boca. Sobre todo, que te hiciera un espléndido sexo oral. Hasta que acabaras.
Sobre la arena. Bajo la caída del sol.
Luego yo me metí en el mar. Me
quité el slip. Sentí el masajeo de las olas y la espuma. Cuán adentro mío
estabas en ese momento. Cuán metido estaba yo dentro de tu sabor salado. Me
tranquilicé.
Por la noche, me tomaste el
rostro. Me dijiste que preferías dar una vuelta sola por la villa. No te volvía
a ver hasta el otro día.
Fue dos días después de que
habíamos estado con Mariano y Bilbao en el jeep.
Tengo la impresión de que los
volviste a ver.
Pero más intenso siento el
profundo deseo de volver a estar con vos.
De ser tu entretenimiento.
O tu más sumiso caballero.
Cuando vos lo quieras.
O siempre...
Julius