martes, 18 de septiembre de 2012

Cartas a la reina plateada. Alguna vez fue verano

Carta anterior:
"De playa sobre el jeep"

Alina María:
Aun estamos en invierno. Yo no hago sino extrañarte.
No sé si volviste a ver a Mariano y a Bilbao, esos muchachos tan amigables, en especial para vos, que conocimos en el verano.
Tengo la impresión de vos si los volviste a ver. Está basada en algo que me sucedió hace algunas semanas.
Me crucé a Bilbao en el subte, una tarde que volvía del trabajo. Charlamos brevemente. Quedamos para vernos en una cafetería del centro.
Vos, diosa de mi corazón, fuiste el motivo de charla principal el siguiente viernes por la tarde, en mi encuentro con Bilbao.
No hablamos de hechos particulares. Sin embargo, él parece sentir un gran aprecio por vos. Su amigo Mariano, según me contó también tiene un lindo recuerdo tuyo.
En realidad, al principio ninguno de los dos sabía bien que decir. Ni siquiera teníamos en claro que razón nos había llevado a estar sentados el uno al lado del otro, sobre las banquetas de la barra de la cafetería.
Así que la conversación versó sobre el tiempo, cuestiones de los trabajos de cada uno, algo de política. Nada interesante. No había mujeres en nuestras palabras. Hasta que tuve ganas de ir al baño a orinar.
Con un gesto le indiqué lo que haría. Pero él me detuvo suavemente por el hombro cuando la punta de mi zapato apenas tocaba el piso para bajarme de la banqueta. Había dejado el saco en un asiento contiguo así que estaba en mangas de camisa. Quedé quieto.
Aun con mi cola sobre la banqueta, Bilbao tiró un poco con sus dedos de mi cinturón y separó unas pulgadas el pantalón de mi cuerpo. Por el hueco metió los dedos de la otra mano. Sentí sus uñas más allá de mi camisa hasta que alcanzó el elástico de mi ropa interior. Tiró hacia arriba hasta que un fragmento estirado de la prenda salió a la superficie por encima del pantalón. Era el elástico de un calzoncillo boxer. Sin demasiada gracia.
Miré mi cintura. Miré su rostro. Sonreí nervioso. Él sonrió más tranquilo. Me palmeó el hombro. Me soltó. Me bajé de la banqueta. Fui al baño.
Allí, en la soledad, frente al mingitorio, te recordé con una intensidad que creía olvidada, Alina, diosa en mi corazón. Cuando volví del baño, Bilbao y yo no pudimos dejar de hablar de vos.
Allí, en la soledad, frente al mingitorio, recordé aquella tarde soleada de verano cunado terminábamos de almorzábamos bajo la sombrilla de la mesa de un parador frente a la playa. La brisa te acariciaba cabello castaño largo y ondeado. En tu bikini plateada, ya estabas lista. Pero querías saber si yo me había preparado para una tarde en el mar.
Así que, cuando me puse de pie, estiraste un poco la cintura de mi bermuda con tus delicados dedos. Con la otra mano, metiste un tenedor por dentro de la prenda. Hasta que enganchaste otra prenda y tiraste hacia arriba. Salió a la superficie, por arriba de la bermuda, el elástico estirado de mi slip de baño en tono bronce. Ese que vos siempre querías que usara cuando estuviera alzado.
Fuimos a la playa. Ya sin mi bermuda. Me disfrutaste hermosamente. Hiciste que te acariciara y que usara mi boca. Sobre todo, que te hiciera un espléndido sexo oral. Hasta que acabaras. Sobre la arena. Bajo la caída del sol.
Luego yo me metí en el mar. Me quité el slip. Sentí el masajeo de las olas y la espuma. Cuán adentro mío estabas en ese momento. Cuán metido estaba yo dentro de tu sabor salado. Me tranquilicé.
Por la noche, me tomaste el rostro. Me dijiste que preferías dar una vuelta sola por la villa. No te volvía a ver hasta el otro día. 
Fue dos días después de que habíamos estado con Mariano y Bilbao en el jeep.
Tengo la impresión de que los volviste a ver.
Pero más intenso siento el profundo deseo de volver a estar con vos.
De ser tu entretenimiento.
O tu más sumiso caballero.
Cuando vos lo quieras.
O siempre...

Julius

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