viernes, 24 de agosto de 2012

El paraguas cambia de mano


No hay que pensar que la relación entre Belén y yo era una práctica de lunes a lunes, las 24 horas del día. La dominación femenina y su correspondiente fetichismo nos ponían en eje. Pero éramos novios por sobre todas las cosas. Nos amábamos. Cedíamos cuando el amor lo requería. Nunca olvidaré todo lo que hizo, incluso financieramente, cuando un familiar mío directo –que no mencionaré- enfermó y fue internado en terapia intensiva. Lo cuido. Se las arregló con mi familia. Y soportó estoicamente lo que una chica de 26 años soporta cuando es odiada por el entorno de su prometido. Asimismo, yo también acompañe en todo momento a Belén. Incluso en una seria depresión que la afectó cuando se le declaró un quiste –afortunadamente no fue grave- en el útero. Fui su espalda al momento de realizarse los exámenes. Tuve que olvidar que yo era su sumiso sexual para tomar las riendas de su propia casa cuando ella parecía desmoronarse frente al abismo.
Durante nuestro noviazgo, varías veces soñamos en casarnos y hasta en tener hijos. Sin embargo, nunca vivimos juntos. Nos veíamos los fines de semana siempre y, muchas veces, en la semana. Yo podía pasar por el departamento de ella o ella por mi departamento. A veces pasábamos días enteros juntos. Hablamos por teléfono. Largas horas. Nos mandábamos mensajistos de celular. Si no nos llamábamos por un tiempo prolongado, yo me incomodaba. Me sentía mal. Pero esta vez, no me importó.
No volví a saber de Belén después de la noche de Red Crown (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/08/rendida.html ). No era la primea vez que nos separábamos, hay que reconocer. Y lo que sucediera en el futuro me tenía sin cuidado. No quería volverla a ver. A la salida de la oficina me dedicaba a ir al los bares de after office a conocer mujeres. Iba casi todos los días de la semana. Las primeras tardes fui solo. Con el paso de las semanas comencé a arreglar las salidas con mis compañeros de oficina. Atónitos de que yo no me interesara por mi posesiva novia, aceptaban mis propuestas de salida de levante. Los compañeros de oficina trajeron a otros amigos perfectamente desconocidos para mi pero con los que hicimos buenas migas entras copas, barras de bar y atardeceres urbanos. Estaba feliz en mi nueva vida de heterosexual clásico. Los encuentros en los bares del centro eran divertidos. Me acercaba a las mujeres, cruzaba palabras y miradas estimulantes. Alguna caricia descuidada aparecía por ahí.
Sin embargo, parecía no haber nada para mi más allá de los halagos entre hombres. Por cierto, se acercaba la primavera y yo anhelaba conocer una mujer. Una tarde de lluvia, hastiados de las paredes y las computadoras de la oficina, Liliana, una chica de la oficina, hizo un comentario acerca de nuestros paseos por los after office del centro. Un compañero le respondió. Hablaron un poco entre los escritorios. Ella dijo que tenía una amiga. Él tardó un instante. Yo miré fijo a Liliana.
-Pero vos...-comenzó a decir ella-.
-Yo estoy solo –la interrumpí-.
Liliana sonrió. Yo también. Tomó el celular y llamó a su amiga. Esa tarde la amiga la pasaría a buscar a la salida del trabajo. Nos veríamos. De todas formas, no me importaba. Nunca surge nada interesante de esas presentaciones. Era un escéptico jugando a la ruleta. Disfrutaría de estar allí. Y de mostrarme altivo junto a Liliana, una morocha pequeña de cabello ondeado y atado sobre la nuca. Una chica de risa saltarina. Una buena amiga, pensaba.
Al final de la jornada, salí con mi compañera. Llovía torrencialmente. Su amiga estaba en la vereda. Con un paraguas abierto en la mano. Vestía una capita de lluvia beige con capucha. Por debajo de esta prenda aparecían el reborde de un vestido y unos muslos delgados pero bien formados en medias opacas y unas sandalias de taco alto en los pies.
-Mónica –dijo la amiga a modo de presentación-.Mónica Somariba.
-Moni –aclaró Liliana y la otra asintió con una sonrisa-.
-No creí que llovería.
-Para eso está tu amiga.
Quedé mudo. Otros salieron de la oficina y también fueron presentados. Hablaron con ella. Quedé afuera. Me sentí un tonto. Pero decidí persistir. Mientras el resto se despedía en distintas direcciones, dije:
-Yo también voy para allá –señalé hacía donde se disponían a caminar mi compañera de oficina y su amiga-. Las acompaño una cuadra.
-¿Vos te llamabas...? –dijo Moni-.
-Jorge. Jorge Rivas.  
Bajo la sombra de la capucha, la sonrisa de Moni delataba expresión delicada y candente. Un mechón de cabello rubio y enrulado le atravesaba la cara. Me alcanzó el paraguas para que lo sostuviera y las cubriera. Caminábamos casi con monosílabos. En un momento yo hice un comentario acerca del clima. Absurdo. Sin demasiado sentido. Apenas si lo musité con timidez. Sin embargo, ambas se mostraron muy interesadas en lo que atisbaba a decir. Llegamos a la esquina.
-Yo doblo acá –afirmé y devolví el paraguas-.
Se hizo un silencio. Los ojos de Liliana chispearon. Saqué el celular.
-Me gustaría... –comencé  y me quedé-
La risita de Moni. De mi cuerpo sonó una voz que, sin dudas, no fue mía. No tengo idea quién habló por mi garganta. Pero sin dudas, era una voz entrenada en las tardes de after office.
-¿Qué es lo que se le dice a una mujer a la que querés volver a ver?
Solo la lluvia sonaba. Una percepción extrasensorial. Esa mujer estaría desnuda frente a mí dentro de poco. Una sensación que venía con la brisa húmeda.  
-Véanse mañana –rompió Liliana-.
-A la salida del trabajo –afirmé-.
La rubia asintió. Intercambiamos números de celulares.
Adentro de mi pantalón, mi pene estaba erecto.

CONTINUARÁ 

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