martes, 7 de agosto de 2012

Rendida


Miré su rostro. Sobre sus ojos campeaba una sombra de zorro. Era patético que un hombre tan atractivo estuviera en una situación como esa.
-¿Te quitarás la mascara, Katy? –me dijo-.
El peso de las largas pestañas y el pegote del maquillaje sobre los parpados me obligaba a abrir y cerrar los delineados ojos  lento y con delicadeza. No era una mujer. No aun, al menos. Pero ya era su chica.
-Sí...
Mis mejillas cubiertas por el látex brillaron. Comencé a sentír el dolor en los pies, propio de los tacos. Estaba cansada. Por fin, estaba cansada. Él comenzó a inclinarse de a poco. Sentí la yema de sus dedos sobre las medias de nylon subiendo sobre las ligas y el portaligas. Mi pene estaba por completo atrofiado bajo el slip de vinillo. No había manera de que descubriera algo. Podía dejarme tocar sin problemas. Estaba resignado. Y excitado. Dejé caer mi cabeza encapuchada de catwoman sobre su hombro. Con suavidad. Me relajé. La música electrónica sonaba fuerte. Pero lejana. Pensé en Belén. En cómo mi amada me había entregado. Un razonamiento trataba de formarse en mi mente.
Me sobresalté.
Adentro de la ajustada pollera tubo, bajo el slip de vinillo, sus manos ya se habían apropiado de mis nalgas. Abrí los ojos y la boca pintada de rouge.
Me incorporé de golpe. Lo aparté a él de un empujón. Por fin entendí, creí entender, por qué Belén me había castrado como a una gata. No se trataba del asunto con Yani (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/01/derecho-masculino.html ). Sino de que ella quería estar con Yani. Quería estar con una mujer.
Por primera vez, veía a Belén con una distancia que nunca antes había tenido. Sentía un verdadero fuego incontrolable en mi interior. Traté de mirarme a mi misma. Las botas, la ajustada pollera, las medias, el corset, la remera de látex, mis pechos, los guantes, la cabeza de catwoman. Qué bien me veía. Cualquiera se excitaría conmigo. No me molestaba que Belén me vistiera de mujer. Tampoco me molestaba que me entregara a otras personas –lo había hecho otras veces, ella era mi dueña erótica y sexual y yo no tenía opción-. El problema era otro.
Iba a correr. Pero él me sacudió por el hombro. Me quedé quieto con la vista perdida sobre su rostro.
-Te olvidás la campera –me dijo-.
Me alcanzó el abrigo de cuero.
-Me llamo Marcos García –retomó-. Soy escritor. Quizás te interese hablar conmigo en otro momento (ver de http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2011/07/volvio-una-noche.html en adelante).
Me dio un papel con su nombre y un teléfono. Asentí con la cabeza y tomé el papel. Me incliné. Flexioné la rodilla. El cuero de la bota dio su resplandor tenue. Me levanté la pollera tubo por el muslo y me enganché el papel en el elástico de la liga. Levanté la mirada hacia sus ojos. Estiré mi brazo enguantado. Alcancé su pantalón. En la zona de la bragueta. Lo acaricié con suavidad. Él estaba alzado. Él tenía razón. Quizás quisiera hablar con él, en otro momento. Fue mi último gesto sexy. En realidad, el único.
Me alejé. Atravesé la pista a toda carrera. Subí por la escalera que conducía al salón v.i.p. Allí estaba Belén. Sola. Sentada en un sillón, frente a una mesita ratona que tenía una copa. Iluminada por una luz azul. Siempre que haya una mesita ratona y un sillón, habrá dominación femenina, pensé. Me detuve frente a ella.
-¿Qué pasó con Marcos? –me preguntó-.
Yo la miraba fijo con el seño fruncido.
-El tipo quiso conquistarme a mí Y yo pensé en vos.
Sonrió. Parecía enojada. Belén nunca era tan obvia. Me miró desde abajo desde su posición sentada. Observaba mi figura. Con los dedos hizo una seña hacia la barra que a unos metros del sillón. Un mesero apareció con dos angostas copas de vidrio. Las puso sobre la mesita, descorchó una botella de champagne y cargó las copas.
-Una para mi amiga y otra para mi –indicó Belén-.
El mozo me alcanzó la copa e hizo lo propio con ella. El hombre se alejó. Belén levantó el recipiente en señal de brindis. Bebió un poco. Yo también bebí. Qué bien me quedaba la copa de champagne entre los dedos de guantes largos.
-De rodillas sobre la mesita –me ordenó-.
Era el momento de arreglar todo. Mi cuerpo era dócil. Junté los tobillos. Mis piernas casi se flexionaron. Era fácil. Sólo tenía que dejarme caer. El cuero de las botas absorberían el golpe sobre las rodillas. Ni siquiera sentiría el dolor.
En cambio de eso, eché la campera sobre la mesita. Me agaché, con cuidado. Dejé la copa y me incorporé. Me llevé una mano a la nuca, desabroché el botón a presión y me arranqué la copucha de catwoman.
Con la otra mano en la espalda, tiré de cordón del corset. Se aflojó. Se deslizó hacia abajo. En la cadera, por atrás, bajé la cremallera de la pollera tubo. También cayó. Me quité el ajustado slip y, a tirones, la remera de látex. Me deshice del portaligas. Me quité los guantes.
Mis senos femeninos aparecieron como el artificio que siempre fueron. Dos pomelos pegados con cintas de embalajes sobre mi cuerpo, con dos guindas claveteadas con alfileres a modo de turgentes pezones. Belén me las había pegado no sin dificultad, y con mi obediente ayuda, durante las horas de la tarde. Ya sin el sostén del corset ni la presión de la remera de látex, la transpiración pudo más. Las cintas se vencieron y los pomelos cayeron al piso.
Quedé sólo con las botas bucaneras y las medias de nylon.
Me encorvé para bajar el cierre relámpago, en la cara interna del muslo, de una de las botas. Pero mi vista se posó en Belén. Sentada como estaba, cruzada de piernas, con calzas azules y botas altas de montar negras, sus piernas fuertes se apreciaban en todo su esplendor. Arriba vestía un abrigo grueso y corto atado a la cintura. Pasé de sus botas de montar a su rostro. Luego los dos miramos mi sexo desnudo. Aun con las bucaneras puestas y las medias con ligas, me enderecé. Puse los brazos en jarra. Mi pene estaba erecto. Ella sonrió.
Me tomé el pene con ambas manos y eché la piel hacia atrás. La cabeza apareció colorada y redondeada bajo la tenue luz azul. Volví a poner mis brazos en jarra.
-Soy tu esclavo. Lo sabés. Soy esto –señalé el pene-. No puedo ser otra.
Ella estaba seria. Comencé a sentir frío. Discutimos. Ella ladró más fuerte. Yo callé. Bajé la cabeza. Pero no obedecí.
Volví a casa envuelto en una frazada adentro de un remise que fletó uno de los dueños del boliche Red Crown. En mi departamento, me acosté en la cama y me tapé. Aflojé mi cuerpo cuando me sentí cálido, desnudo pero arropado con la frazada. En la completa soledad de mi habitación tomé conciencia de un pesado cansancio.  

CONTINÚA en...

http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/08/el-paraguas-cambia-de-mano.html

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