martes, 12 de julio de 2011

Dolores de hombre

           
Me encanta hablar con por teléfono con vos. Esas charlas de anécdotas hot son mi perdición. No te das una idea de lo que fue la tarde. Después de que corté la conversación con vos, me quedó el pene duro como una morsa de hierro. No puedo ser menos grafico. Como no me masturbé ni eyaculé de ninguna manera, cuando la excitación bajó, sentía un terrible dolor en los testículos y en toda la zona, Cualquier cosa que rozara por allí era una aguda puntada para mi. Cosas que nos pasan a los hombres.
Por la tarde había quedado en encontrarme con Belén en un bar. Allí estuve en punto. Un lugar bonito y de colores. La luz del sábado complacía. Estuvimos hablando unas horas en una mesa, ella frente a mi. La tarde comenzó a caer. Ella con la punta fina de su bota comenzó a acariciarme el jean, en la pantorrilla. Poco a poco fue subiendo por mi pierna. Yo sonreía. Mi pene se alzaba de a poco. Me preocupé cuando llegó a la cara interna del muslo. Sin embargo, no pude evitarlo, abrí un poco más las piernas para facilitarle la tarea.
Comenzaron las molestias. Mi rostro debió ponerse mustio. Porque ella también mudó la expresión del suyo. Su pequeña boca parecía preocupada. Sus ojos oscuros delineados me escudriñaban bajo el flequillo. Por fin, la puntera de cuero de su bota llegó a mi entrepierna. Presionó las distintas partes. Me puse tenso. Apreté los dientes en una mueca amarga.
            -¿Qué te pasa? –se preocupó Belu-.
            Yo seguí con la misma expresión.  
-¿Te duele? –inquirió-.
Ella se preocupaba por mi. Era mi chica. Yo asentí con la cabeza. Me preguntó que me pasaba. De ninguna manera podía decirle a Belu que estuve charlando con otra mujer. Eso implicaría una vergüenza para mi. Pero que sospechara alguna enfermedad o algo más que una sencilla inflamación por una excitación mal resuelta, era un plan aun menos recomendable.
Baje la cabeza. Se hizo un silencio. Los pocillos de café en la mesa estaban vacíos.    
-Estuve mirando imágenes por internet –mentí avergonzado-. Muchas.
            -Bueno, no es para tanto -sonrió ella-.
            Esto no era tanto como tener relación con otras mujeres, seguramente quiso decir. Sin embargo, debió molestarle. Yo era su chico. Si lo que le había dicho era verdad, de alguna manera, ella perdía el monopolio de la fascinación erótica sobre mi.
            A propuesta de ella, pagué los cafés, tomamos un taxi y fuimos a su casa. En la ciudad, crecía el crepúsculo. La avenida comenzaba a llenarse de parejas y paseantes. Nosotros, en cambio, nos encerramos en un departamento.
Me invitó a sentarme en un sillón y relajarme. Todo estaba bien. Aun entraba luz por el ventanal del balcón.
De alguna manera, Belu consiguió castigarme y ser adorable conmigo. Se sentó junto a la mesita del teléfono y llamó a unas amigas. Puso un muslo sobre otro. Mientras telefoneaba, la punta de su bota se movía. Su pantalón gris se metía por adentro del cuero. En uno de los llamados, insistió en preguntar si vendría una mujer en particular. Julia.
Las chicas aparecieron al poco tiempo. Todos nos sentamos alrededor de la mesita ratona de su living. Yo volvía a estar relajado y conforme. Hasta que Belu, sentada de piernas cruzadas sobre el apoyabrazos de mi sillón, estiró su mano y volvió sobre mi entrepierna. Fue una caricia sobre el bulto del jean. Sin embargo, no pude evitar una mueca. Como si nada hubiera pasado, ella afirmó:
            -¿Qué te pasa? ¿Te duele? –ahora parecía tener un cierto tono teatral-.
            No dije nada. Sus amigas observaban.
-Como puede ser –se preocupó-. Levantate –ordenó-.
            Soy su novio. Obedecí. Me puse pie. Me indicó que me pusiera de pie a un costado. Ella se acomodó en el sillón en donde había estado yo. Sentada cómodamente, Belu quedó a la altura de mi bragueta. Con cuidado desabrochó el cinturón, bajó el cierre y dejó caer mis pantalones. Apareció mi bulto en el slip boxer negro de rayas verticales.
            -Pobrecito –dijo Belu y acarició-.
            El bulto se alzaba y yo no podía evitar sentirme incomodo. Por el dolor y por la vista de las demás. Que observaban con cierto grado de festividad.
Finalmente, Belu bajó mi slip hasta la mitad de los muslos. Apreció mi pene erguido y morado. Ella lo levantó y deslizó sus dedos delicados sobre mis testículos. Largue un breve alarido. Contuve una pequeña lágrima. Belu le habló lento a una de las chicas:
            -Andá a la cocina, trae hielo de la heladera, un repasador y una plato sopero.
Casi podía predecir lo que me esperaba. Aguardé nervioso. Con mi sexo totalmente expuesto, no sabía como mirar a las mujeres.

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