martes, 21 de junio de 2011

Adagio agridulce al estilo Victoria Vanucci


Desde el sector del medio del local, él podía ver la garúa que caía sobre avenida Corrientes. Pero no lo hacía. Era un anochecer de domingo gris y húmedo en una librería casi desértica. Él leía a escondidas en un recoveco del salón, detrás de una columna de libros de arte. Hasta que entró ella. La gente del mostrador de caja, siguió con sus papeles de cierre de fin de semana. El empleado de seguridad solo largó un bostezo sobre el suplemento deportivo. Pero él estaba leyendo a escondidas. Cada tanto levantaba la cabeza. En una de esas, vio avanzar las piernas fuertes enfundadas en  botas de cuero negro hasta la mitad del muslo.
Él abandonó el “Bukowsky para principiantes”, con sus referencias a la cerveza barata. Ella detuvo su vista sobre una de las mesas de ejemplares. Llevaba un short de cuero ajustado, una remera negra holgada que colgaba de unas tetas que impresionaban descomunales y levantadas. El cabello largo y oscuro, mojado, atado en una cola sobre la nuca que caía por su espalda. Él se acercó a paso cuidadoso.
Ella flexionó un poco la rodilla, lavantó su taco hacia atrás y acarició uno de los libros de la mesa, posiblemente para tomarlo y hojearlo. Llevaba guantes negros hasta pasado el codo y bien entrado el antebrazo. Era exótica.
-¿Te puedo ayudar en algo? –balbuceó él-.
Ella se puso frente. Los tacos altos y un poco de plataforma, la hacían visiblemente más alta que él. Así y todo, se cruzaron en el reflejo de los ojos. Ella tenía una mirada de ojos marrones, pestañas punteagudas, parpados sobrios y delineador. La nariz recta, apenas abierta y levantada en la punta le deba un aspecto incisivo. Las líneas del rostro confluían en triangulo en la barbilla pero los rasgos al costado de los labios eran duros. Sensible y femenina para seducir y enternecer. Sombría y masculina para dominar y proteger. Los ojos de él estaban opacos.
-Sí –dijo ella-, estoy buscando el Manifiesto contrasexual.
-Beatriz Preciado –confirmó-.
Ella dio unos pasos alrededor. Él pudo verle con la cola enfundada en el short de cuero. Al igual que sus pechos, estaba bien levantada –quizás por los tacos- y redondeada. Pero era angosta. La remera negra caía sobre el comienzo de las nalgas, lo que impedía ver con definición su cintura. Él fue subiendo la mirada por la espalda, tomó por la punta del cabello hasta llegar a la cola de caballo atada en la nuca. 
Ella giró con maestría sobre los tacos de las botas y volvieron a quedar de frente. Sonrieron.
 -Llevame al sector –pidió ella-.
Él con la mano abierta señaló el fondo del local. Con mejor convicción, encabezó la marcha. Algo estridente comenzaba a vibrar en el interior de su pecho. Ambos se detuvieron frente a una estantería bajo el cartel “sociología”.
La letra “p”, se encontraba en el anteúltimo estante. Apunto de agacharse, ella lo detuvo con su mano enguantada sobre el hombro. Él se volvió a mirarla. Las manos enguantadas le arreglaron la corbata. Y él sintió que ella percibía sus ojeras.
-Antes de bajar, podrías decirme tu nombre –sugirió ella-.
El pecho le vibraba y se perdió en el remolino de sus ojos oscuros.
-Ah –ella bajó la vista y reconoció el gafete con el nombre escrito, enganchado en la camisa desalineada-.
-¿Estas cansado, no? –insistió ante el silencio-.
No pudo decir nada. Flexionó las piernas hasta llegar al estante y quitó el libro. Cuando estaba por volver a incorporarse, ella volvió a detenerlo con la punta de sus dedos sobre su cabeza. Quedó con las sus rodillas flexionadas. Ella le acarició el cabello con suavidad. Él levantó apenas la cabeza.
-¿Y vos? ¿cómo te llamás? –titubeó desde abajo-.
Él enderezó la cabeza. Dio con sus ojos en los muslos. El borde de las botas. La piel de la pierna lisa. El comienzo del short. La entrepierna. Su estómago comenzó a burbujear. Cayó en el sentimiento de una enorme profundidad en su interior.
-Mi documento decía una cosa. Pero podés decirme Victoria.
La entrepierna de ella, forrada en el delicado cuero del short, estaba muy abultada. El casi pudo distinguir formas que, al igual que los pechos y la cola estaban muy levantadas. Algo latía allí adentro. Quizás un corazón. Quizás dos. Quizás tres corazones. O quizás un potro verde deseoso de cabalgar libre por el universo. Sintió una delicia. Su estomago volvió a crujir.  
Podría haberse levantado. Podría haberla acusado de irrespetuosa y hacerla echar del local. Podría haberse avergonzado. Sin embargo, el fin de semana había muerto allí dentro y él estaba cansado. Demasiado entregado. Qué más podía querer. Por qué la iba a sacar a ella sin salir él.
Qué más podía desea un cuerpo encerrado en una gran cadena de librerías, en un local desvencijado, metido a leer a escondidas, olvidado de sí mismo, cansado de mover volúmenes. Qué más podría desear un adulto joven que aun quería sentirse fuerte sino que un delicioso hombre hembra, vestido a lo Victoria Vanucci retratada por Burset, lo sacara del pozo del domingo gris y húmedo. Sin dudas, algo distinto estaba sucediendo. Y él sería su universo. Agachado, casi arrodillado, en esos pensamientos estaba mientras Victoria, lentamente, posaba sus manos enguantadas sobre la cremallera del short para bajar el cierre relámpago.


Continúa en...
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/08/el-delicado-vello-de-victoria-vanucci.html 

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