miércoles, 4 de enero de 2012

Derecho masculino

A pesar de todo, soy hombre. No tengo que reclamar mi derecho masculino: lo vivo, lo sufro, lo disfruto en carne propia. Tan masculino que nunca podré comprender por qué Yanina lloró como una adolescente, cuando ella misma había deseado y buscado fervientemente lo que sucedió al final de la noche de sábado. Ese es un asunto sobre el que volveremos luego de que sintiera cuales eran los riesgos de estar con Yani, en el living del departamento de avenida Santa Fe. Algún gesto, debió haberme indicado algo acerca de su forma de ser. Sin embargo, no lo advertí (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/11/cigarros-para-yani.html ).
Yani estaba frente a mi. Me observaba de arriba abajo, algo absorta. Sus ojos negros brillaban.   
-Sacate esa ridícula remera, Jorge –me dijo Yani-.
Lo hice sin más. Mi torso quedó al aire.
-Desatate los pies –prosiguió-.
Me agaché y comencé a tironear de la cinta de embalaje que me unía las piernas por los tobillos de los borseguíes cortos que llevaba puestos. Al ver que me costaba, ella misma hizo lo propio y, entre los dos, acabamos con la tarea. Nuevamente de pie, el uno frente al otro.
-Sacate la tanga –ordenó ella-.
Con cada una de mis manos enguantadas tomé las tiras de los costados de la tanga de látex cavada de tiro alto que llevaba puesta. Tiré hacia abajo hasta que la prenda quedó en la mitad de mis mullos, como hacía cuando con Belu. Mi sexo quedó a descubierto.
-No –dijo ella-. Sacátela por completo.


La miré extrañado. Era evidente que Belén, mi amada novia, me había entregado. Era evidente también que yo, es decir: yo en ese momento, era el regalito para Yani que tanto le habían prometido (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/06/el-tabaco-puede-marear.html ). Sin embargo, me preguntaba, hasta que punto Yani se había salido del libreto.
Tiré de la tanga hacia abajo. Primero levanté una pierna, luego la otra. Hasta que tuve la prenda de látex en mi mano enguantada.
-Metete la tanga en la boca –indicó-.
Comencé a ponerme nervioso. Abrí la boca. Fui metiendo y empujando la prenda hacia adentro. A pesar de lo pequeña, el latex me llenó la cavidad bucal.
-Bien, así –señaló Yani-. Que la tanga te impida cerrar la boca.
Un muy leve sudor comenzó a bajar por la frente. Con mi sexo desnudo, aun tenía la cigarrera dorada atada con un fino cordón que rodeaba mi cintura (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/10/dorada.html ).
Yani observaba mi rostro con una amplia sonrisa. Qué nervioso me estaba poniendo. Qué hermosa era. Vestida con un corpiño de cordones y triángulos negros en unos pechos sin tetas (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/09/sin-corselete.html ), una tanga de látex cavada de tiro alto similar a la que yo ahora tenía entre mis dientes. Muslos delgados pero bien formados. Botas altas, negras, con puntera aguda.   
-¿Siempre sos así de obediente? –me dijo-.
Asentí con la cabeza. Quedé con la vista sobre el parquet de madera. Yani sacó la punta de su lengua sobre su labio superior. Sus dedos apenas acariciaron la punta de su cabello negro peinado carré hasta la nuca.
-Belu debe estar enamoradísima de vos.
Nuevamente asentí y sonreí con los ojos. Yani tomó con sus manos la cigarrera dorada que colgaba muy cerca de mi pene (que, entre una cosa y la otra, había decaído) y sacó un cigarro marrón.  Lo encendió con el encendedor de metal, que ella y Belu habían usado hacia muy poco tiempo cuando me tuvieron a sus pies de cenicero (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/11/cigarros-para-yani.html ).
Relajada. Con una pierna hacia adelante, con la puntera de la bota levantada, dio unas bocanadas hacia el techo del living del departamento. Me miró de reojo. Comencé a adivinar. Comencé a sudar espeso. Ella sonreía y entrecerraba los ojos. Miró hacia mi ingle.

Ya no estaba atado. Podía moverme. Podía correr. Podía irme. Podía vestirme y salir por la puerta. Pero mi pene se había erectado.
Bajo las luces del living en una noche de sábado que afuera era fría, Yani se inclinó un poco hacia mi. Colocó su mano bajo mi entrepierna. Suave, levanto mis testículos y mi pene recto. Se detuvo en mis órganos como quien observa un animalito que le es inocente y fiel. Aquello me pareció tan tierno que tuve miedo de mojarla de blanco allí mismo.
Sin embargo, mi corazón ya latía desbocado. Y ella estaba asqueada de fumar esa noche.  
Yanina Gonzaga sonrió con el resplandor de todos los dientes en sus labios. Aun echó una bocanada más. Acercó el cigarro a mi pene. Negué con el rostro. Una y otra vez.  El rojo candente y humeante cada vez más. Sudé ahora afiebrado. Negaba. Negaba. Para afuera con el rostro. Para mis adentros en una suplica incomprensible.
Primero bufé desesperado.
Luego relinché como un potro al matadero con la boca llena de látex negro.
Ella sonreía y me miraba al rostro. El cigarro estaba allí casi tocando. Yo negaba. Pero estaba erectado.

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