lunes, 17 de octubre de 2011

Dorada


El resto de la noche me resultaba lejano. Estaba harto. Me levanté de un golpe de la cama doble. Me quité el pañuelo de seda de los ojos. Miré a mi alrededor. La habitación pintada por la luz ambarina de los veladores. Apoyada sobre su costado, despierta y con la cabeza levantada, Belu me observaba desde la otra punta del lecho. Estábamos solos.
Me puse de pie, no sin sentir cierta tirantez en la ingle, en los tobillos, en las axilas.
-Me voy a mi casa –proclamé-.
Ella no se inmutó. Hice unos pasos a una velocidad que no esperaba de mi ya tan entrada la madrugada. Cuando había atravesado la puerta que daba al living, me volví hacia la habitación. Belu dijo:
-Suerte que sos delgado, Jorge. Tenés buen cuerpo, amor mío.
Hice un gesto de extrañeza.
-Si pensás salir así a la calle –retomó ella-, no te vas a ver mal.
Caí en la cuenta. Bajé la vista y desde la punta de mis pies hacia arriba me registré con la mirada. Tomé mi cabeza con las manos. Mi cabello corto y oscuro estaba en orden. Pero en mis manos tenía guantes cortos y negros.
En los pies calzaba botas cortas acordonadas, tipo borseguíes con plataforma. Mis piernas estaban desnudas y conservaban –por suerte- el bello masculino. Arriba de los muslos, mi sexo estaba envuelto en una tanga de tiro alto de látex negro y brillante.  En lugar de la camisa con la que había llegado –me parecía, hacía un siglo- llevaba puesta una ajustada remera pupera sin mangas gris oscuro.
¿Cuándo me había puesto este atuendo? O mejor, ¿quién me lo había puesto? ¿Cuanto tiempo había dormido? ¿Había dormido? ¿Qué hora de la madrugada era? ¿Amanecería alguna vez? Con mi mano enguantada me tantee la cola. La tanga era cavada y se había escabullido entre mis nalgas. Suerte que soy delgado, había dicho Belu, mi amada Belén, con su mirada bajo el flequillo. Volví la vista al living con la intención de retomar mi idea de abandonar esa larga noche de sábado. Apenas dí un paso más –bastante inseguro, por cierto- la delgada Yani salió a mi encuentro. Los muebles del living habían sido movidos. El centro estaba libre. El parquet brillaba sin su mesita ratona. Sólo un sillón.
Yani estaba vestida como la había dejado, hacía cuánto tiempo, en la habitación (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/10/delgada-e-inocente.html ): Botas altas y puntiagudas, tanga cavada –igual que la mía-, corpiño de látex negro sobre sus pezones. Por su puesto, su inolvidable cabello corto peinado carré, su mirada chispeante de nena, su nariz recta, sus labios pura sonrisa. Con delicadeza me tomó del brazo y me ubicó en el living, en frente del sillón. Suspiré.
-Antes de seguir, quiero ir al baño –pedí-.
-Dale, anda.
Me encerré en el cuarto de baño.  Frente al inodoro, me bajé la ajustada tanga no sin dificultad. Oriné dorado. Me limpié. Me volví a subir la prenda. Evité el espejo. Antes de volver, dude. Me observé nuevamente de pie a cabeza. Sentí el estomago crispado. Volví al living.
Belu estaba ahora junto a Yani. Me detuve donde mi indicaron. Junté los tobillos con obediencia. Ambas se agacharon y me ataron por sobre las botitas con una gruesa cinta de embalaje. Se pusieron de pie y me observaron. Belu llevaba calzas negras y botitas cortas y redondeadas de taco, plataforma y tachas plateadas rodeaban el calzado. Me erguí. Saqué cola y pecho. Las chicas sonrieron sonrieron.
MI bulto estaba pequeño. Belu me pellizcó en la nalga. Yani se acercó. Con mis guantes toqué suave su delgado ombligo. Bajé con mi dedo índice al elástico de su tanga. Ella ahogó una risita. Belu volvió a pellizcarme. Hice un leve gesto de dolor. Los tres observamos con el látex en mi entrepierna comenzaba a inflarse.
Con un fino cordón me ataron a la cintura una cigarrera dorada que, sin ajustar, quedó justo sobre mi bulto de látex. Otra vez, no pude evitar volver en mi mente a aquella noche en que Yani y yo nos habíamos entendido en la complicidad de pasiones ajenas. Ahora comenzaba a entender el asunto de la promesa a Yani. Sin embargo, aun no entendía por qué no me habían atado los brazos a la espalda, como aquella otra noche de sábado en grupo (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/06/el-tabaco-puede-marear.html ). Ahora sólo quedábamos tres. ¿Cuándo se había ido el resto? A mi costado había una jarra transparente con agua fresca junto a un gran jarro vacío de metal.

Belu abrió la cigarrera y Yani tomó dos cigarros, uno para cada una. Con el tabaco entre los labios, Belu los prendió con un encendedor plateado. Ambas fumaban. 
Yo tenía las manos libres. Tomé un cigarro y me lo puse en la boca. En lugar de encenderlo, Belu pasó su mano por debajo de la cigarrera. Arrugó punzante, con los dedos índice y pulgar, el sedoso látex que cubría mis testículos. Quedé quieto. Con el resto de la mano tiró hacia abajo. Atado por los tobillos como estaba, las chicas me hicieron agachar después de la primera bocanada de humo.
Yani me quitó el cigarro y lo arrojó. Belu me miró con desdén bajo su flequillo. Parecían felices. Y como para no. Yani volvía a comenzar su noche. Miré a los ojos a Belu. Ella me tomó por las mandíbulas. Presionó. Abrió mi boca, grande y redonda. 

CONTINÚA en...
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/11/cigarros-para-yani.html

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