miércoles, 1 de febrero de 2012

Doble vaivén

            -Nah –dijo Yani-.
            Rió. Eso fue todo.
Alejó el cigarro candente de mi pene, lo dejó caer al piso y lo aplastó con la puntera aguda de bota alta. El pánico en mi se desvaneció (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2012/01/derecho-masculino.html ). De un tirón, Yani cortó el fino cordón que rodeaba mi cintura. La cigarrera dorada cayó con ruido a lata sobre el parquet. Me quité de la boca el látex negro. Desnudo como estaba, sólo vestido con guantes y borseguíes cortos, me arrodillé ante ella. Besé y lamí sus botas altas. La punta y el alto de la pantorrilla. El aroma a cuero lustrado. Ella dio un paso corto hacia atrás.
-No, Jorge. No. Eso hacelo con Belén.
Me sentí ridículo. La observé expectante con la barbilla casi apoyada en sus delgados muslos y muy cerca del vértice de látex negro de la tanga cavada y de tiro alto que llevaba puesta. Me puse de pie. Sus labios sobre los míos. Mi pene sobre su piel.
Se alejó un poco. Caminó unos pasos hacia el sillón de una plaza. La seguí. La tanga se metía en su cola. Pero era tan delgada que entre las redondeadas nalgas podían distinguirse los elásticos cubiertos del látex negro. Se detuvo. Me miró de reojo y sonrió.
Quedó de pie frente al sillón. Se bajó la tanga hasta quitársela. Se inclinó hacia adelante. Apoyó las manos sobre los apoyabrazos del sillón. Su cola era angosta pero levantada. Separó un poco las botas altas entre sí. Inclinada, con la mirada por entre el cabello corto carré, Yani me señaló algo sobre un mueble. Un poco más lejos. Reí un poco.
-Dale. Si no, te pongo el pene sobre el estómago –dijo festiva-.
Habíamos entrado en confianza. Manotee el mueble. Tomé mi pene erecto. Corrí hacia atrás la piel y calcé el profiláctico. Frente a su cola, seguí el sendero, hacia abajo, entre sus nalgas. La piel parecía más rugosa. Unos pelitos asomaban por allí. Fui con mi pene forrado de brillo hacía su parte más oscura. Ciego, el tacto del cuerpo me indicó la vulva. Penetré. Nos movimos lento. Ella respiró. Bajó la cabeza.
Toqué su espalda con la punta de los dedos enguantados. Desaté los cordones de sobre sus omoplatos y en su nuca. Su corpiño de triángulos negros cayó. MI otra mano, también enguantada la tomaba por la cadera. Miré mis guantes cortos. Aquello me recordó otra situación con guantes y sexo (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/09/el-regreso-del-guerrero.html ). Reflexioné acerca de cómo Belu y Yani habían pensado esta noche que ahora llegaba a su fin. Las diferencias entre ellas para divertirse -conmigo, entre otras cosas-. La intervención de mi amada Belu, cuando estuve sólo con Yanina (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/10/delgada-e-inocente.html ).
Mi pene iba y venía. Yani comenzaba un jadeo. Cerré los ojos. Mi cuerpo me pidió otra cosa. Me arranqué los guantes. Los tomé fuerte con la mano izquierda. Posé la yema de mis dedos, sobre la espalda de Yani. Sentía la piel. Recorrí sus costillas con tacto.
Su vulva me acariciaba como un oleaje. Ella se agitaba. Su espalda se sentía áspera como una fruta silvestre. Bajé por las vértebras. Hundí mi mano en el comienzo de sus nalgas. Entre el calor y la traspiración, mi dedo índice alcanzó un orificio. Yani ahogó una sorpresa en su boca. Nos miramos de reojo por encima de su hombro. Se mordió el labio inferior. Jugué con mi dedo en la entrada de su ano. Ella entrecerró los ojos y apretó los labios. Dentro de su vagina, mi pene se detuvo.
Quité la mano derecha y me recliné sobre su espalda. Mi mano sobre su cabeza. Despeiné suave su cabello corto carré. Cerré mi mano sobre el centro de cabeza. Agarré sus pelos. Sus ojos subieron. Tiré del cabello, con cuidado, hacia atrás. Las luces del living brillaron en sus pupilas. Abrió la boca inocente. Aparecieron sus dientes. Con mi mano izquierda acomodé los guantes. Los mordió. La solté.
Sacudió mi pene adentro suyo. Volvimos al vaivén. Mi mano volvió entre sus nalgas delgadas pero levantadas. Mi dedo índice adentro su ano. Tantee, curioso, dentro del ajustado tubo blando. Mi dedo iba. Mi pene volvía. Ella gruñía entre los guantes. Mi dedo volvía. Mi pene iba. Ella gruñía entre los guantes. Sus dos orificios como pistones. Fuimos un doble vaivén.
Sentí el emboló dentro de mi. Era el anuncio. Respiraba cada vez más hondo. Yani abrió la boca y dejó caer los guantes. Gimió largamente como una sirena. Exploté en su interior. Un instante de paz. Hasta que comenzó a llorar. Algo cálido me invadió el pecho. No sé qué.
La separé de mi pene. Me quité el profiláctico. Ella se dejó caer hacia adelante. Su rostro dio contra el respaldo del sillón. Se largó en un llanto aun mayor.  Apagado por el mullido del sillón. La dejé sollozar. Lo hizo sin consuelos. En una tristeza calida como la adolescente que no era.
Cuando, por fin, me miró de frente, con rostro colorado, mojado de salado y acongojado, la abracé fuerte. Sus botas altas de puntera aguda y mis los borseguíes cortos. El resto era nuestra desnudez. Me senté en el sillón. Ella se acurrucó junto a mi. Me relajé. Un aroma fuerte y relajante invadía el ambiente. Perfume. Transpiración. Caca.
Me dolían las piernas, la espalda, los testículos. Tenía hambre.
Una chica preciosa se durmió con su muslo delgado sobre mi estómago. Y el cuero de su bota alta sobre mi ingle. Mis parpados pesaban demasiado. Una larga noche se apagó.

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