viernes, 2 de marzo de 2012

Como la carne de ave recién hervida

Habría que estar allí. Con la luz del mediodía fresco que entraba por el ventanal. Sandra semidesnuda, boca abajo sobre la mesa de madera. Habría que ver esa culo redondeado y saliente, con la bombachita cavada blanca, sobre la madera. Duele reconocerlo. Pero ayer, sábado al mediodía, así la tenía su novio Matías. A mi chica.  Duele reconocerlo. Pero así me lo estaba contando a mi, el domingo a la noche, en el bar de la avenida Pueyrredón. Habría que estar allí. Yo no estaba (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/12/kirov-y-la-leona.html ).
-Matías se puso de pie al costado de la mesa a la altura de mi cola –continuó contando Sandra-. Contempló un rato mis muslos. Enganchó sus dedos en el elástico de la cintura de la bombacha y, lento, comenzó a quitarme la prenda. Casi como una exigencia, levanté la cola lo más que pude. Así quedé. Desnuda de la cintura para abajo, salvo las sandalias. Mati acarició con sus dedos la redondez de mis nalgas. Se me erizó todo. –enfatizó-.
Yo estaba mudo. Empecé a tener una idea que me excitó. Y eso me puso cada vez más intranquilo. No podía evitar acariciar mi barba candado una y otra vez.   
“Tomó la fuente tibia con sus manos y la alejó de mi vista –prosiguió Sandra-. Caminó por el costado de la mesa. Hasta que sentí las zanahorias cortaditas, las acelgas, las papas. Todo lo hervidito caía sobre mis nalgas y el comienzo de mis muslos. Me sobresalté un poco. Pero me quedé quietita.
“Siguió con la fuente fría. Rodajas de tomate y hojas de lechuga sobre mi cola y mis piernas. Los trocitos de pechuga de pollo los esparció con cuidado. Puso algunos en la línea entre mis nalgas y hasta enganchó dos pedacitos de pollo en mi vagina. Me relajé. Por fin, las líneas de aceite serpentearon sobre toda la zona. Una untada en mayonesa me dejó boquiabierta y hasta me hizo suspirar”.
Lo que siguió fue la descripción de cómo su novio Matías la saboreó. Literalmente, se la comió viva aunque “tierna y tibia como la carne de ave recién hervida”, como Sandra se describió, mientras ella, acostada boca abajo sobre la mesa, combinaba gemidos y alaridos.
-Me mordió mucho –dijo, por fin, casi avergonzada. Mi cola, mis piernas. Pero, luego me dio vuelta, me embadurnó, y siguió disfrutando mi estómago, mis pechos. Yo ya no podía respirar de la emoción.
Sandra sonreía luminosa.  
“Me penetró. Hicimos el amor. Y fue muy lindo –relató Sandra-. Pero antes de eso, me miró a los ojos. Recorrió lento con sus dedos la cara interna de mis muslos y me dio en la boca a probar un trozo de pollo muy amargo. Delicioso. El otro trocito lo comió él. Fue nuestro compromiso culinario. Él será mi chef. Al final, cuando nos cansamos y tuvimos hambre de alimentos, comimos sentados alrededor de la mesa, carne de ave verdadera. Él se vistió. Pero yo estaba tan contenta que ni me percaté de que estaba desnuda, embadurnada y pegajosa.  Porque estoy enamorada. Muy enamorada. No puedo evitar decírtelo,  Marcos. Es hermoso disfrutar del amor. Vos, para mi, son un ser que siempre me acompañó. Y, no sé, quiero compartirlo”, acabó.
Estaba inmóvil con los dedos sobre mi barba candado. De la cintura para abajo mi cuerpo esta entumecido. Miré hacia abajo por el vidrio. Afuera del bar, caía una fría lluvia intensa. Sandra desvió la vista hacia el costado. Noche. En la calle no había nadie.
-Me cuesta creer todo este cuentito porno –objeté-.
Sentí la punta aguda de su gruesa bota tejana subir por mi pierna. Me miró a los ojos. Presionó fuerte con la suela sobre el pantalón de vestir en una parte decididamente erecta.
-Sin embargo a vos te interesó. Estás a punto caramelo. Además, que importa si ahora es verdad. Estoy enamorada. Si no fue verdad ayer, lo será el sábado que viene. O mañana. O esta noche, si paso por su casa.
Quedamos en silencio. 
-Para qué me hacés venir hasta acá –reaccioné-. Para qué me contás todo esto.
-Buenas preguntas. Seguramente ahora sentís furia y un deseo ardiente que te está quemando por adentro –se puso seria-. Con lo que te conozco, imagino que en unas horas, quizás menos tiempo, caerás en la tristeza. Quizás hasta en una depresión. Quizás, en un ataque de bronca sumado a algún malentendido que siempre se da en estos casos, te separarás de tu mujer. Como fuere. Lo superarás. Y con creces. Te conozco. No se si sos valiente. Pero sos aguerrido. Fuimos amantes, sí. Pero hacía años, “años” ¿entendés?, que no nos veíamos. Sin embargo, el viernes a la noche lograste hacerme trastabillar –como pensativa-. Encontraste mi grieta. O, como te gusta decir a vos, mi herida más tierna (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/08/la-noche-del-sueno-eterno_16.html ). Ese viernes a la noche pensé en no verte nunca más. Luego me di cuenta que eso no hubiera funcionado. Porque si yo no te contaba hoy la verdad de lo que siento por otra persona, vos hubieras insistido. Duro como esos soviéticos que estudiamos en la facultad. Hermoso como esos soviéticos que estudiamos en la facultad.
Sentía mi propio rostro duro y caliente. El de ella, de mejillas coloreadas.
-Continuá –la intimé-
-La verdad es que vos no sos librero. Ni sos vendedor. No te engañes más. Tenerme de amante no te sirve y hace que te autoengañes. Hace que te conformes con que una mujer rubia como yo te diga que sos hermoso, talentoso, genial, intelectual. Y así como vos el viernes a la noche me hiciste trastabillar, me hiciste sentir algo íntimo, yo me di cuenta de esto: de tu punto débil. Que, en realidad, es tu fortaleza. Porque vos sos escritor. Por lejos, antes que cualquier otra cosa. Y yo te acabo de dar una historia con la que te llenaras de oro. Es mi vivencia. Es mi regalo final. Será tu historia. Estoy segura que lo harás bien. Quizás me odies. Pero te recuperarás. Y podés estar tranquilo. Cada uno con su vida. Yo como politóloga. Vos como escritor. Seremos muy felices.
Pagué los cafés. Fríos hacía rato. Salimos a la calle. Nos empapamos. Nos despedimos. Yo quedé quieto sobre la vereda de avenida Pueyrredón. La imagen de su gabán largo se desvaneció a paso rápido bajo la cortina de agua.  
Mojado como estaba, lloré un poco. No quería volver a casa. No quería ver a Etna y los chicos. El crepitar de lluvia lo tapó todo.
Ya está escrito.
Es lo que importa.
Sandra Pasadella.
Nunca más la volví a ver.
Por suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario