sábado, 3 de diciembre de 2011

Hambre en el banquete

Hoy por la tarde, pasaron por la librería en la que trabajo como vendedor una chica, tendría unos veintipico de años, y su madre. La madre habló por las dos. Pidió, sencillamente, El capital, de Karl Marx, para su hija. Les expliqué que había varias ediciones. Les mencioné la edición de Siglo XXI, en volúmenes que se venden por separado y los tres gruesos tomos de Fondo de Cultura Económica. Hasta saqué los ocho libritos de editorial Akal. Les indiqué algunas otras cosas también y las características de cada una. Ella miraron varias veces. La chica tenía el cabello castaño lacio, rostro triangular. Bonita. Pero algo bucólica en su expresión de ojos pequeños medio dormidos. Se decidieron por una edición de en un solo libro de algo así como 270 páginas. La tapa decía El capital y Karl Marx. Pero, con suerte, podría considerarse un resumen. Más se parecía al índice que a la propia obra de Marx. Se lo llevaron. Las vi alejarse con su elección. Sentí algo cercano a la tristeza.
Acabé el cuento, en la mesa de la cena con Etna y los chicos comiendo pollo al horno con ensalada (si se quiere, ver llegada a casa, comienzo de la cena con elastico de la tanga incluido en http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/10/el-pollo-al-horno-espera.html ).
-Quizás –dijo Etna- la chica recién está empezando a estudiar....
-Se conformó –la interrumpí-.
-Ya tendrá tiempo –continuó, ocupada en cortar los pedacidos de comida en el plato de Ceci- de leer algo un más...
-Se conformó –la interrumpí-.
Hice un breve silencio con los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas arriba del plato con restos de comida.
-A sus veinte años –proseguí- aceptó su destino de fracaso sin ofrecer resistencia y con la perfecta aprobación de su madre.
-Sos un exagerado. De todo haces un drama –insistió Etna con una mueca sombría que destacaba sus pecas y otras imperfecciones de su pequeño rostro-. 
Tomé la botella de vidrio y me serví vino en el vaso.
-Papá, vos le escribís un libro –gritó Ceci, sonrisa de labios finitos, mirada brillante, cabello lacio y fino-.
La conozco. Quiso decir: “Papá, vos tendrías que escribir un libro para esa chica que quería El capital”. Casi me largo a llorar. Dije:
-¿Vos lo leerías?
-Si, pa –a grito de nena de seis años-.
Se levantó, no sin cierta molestia de Etna y, con su pantaloncito amplios, sus guillerminas, fue a buscar uno de sus libritos a la biblioteca para demostrar que ya había aprendido a leer y que lo hacía con eficacia. Andresito, inmutable. Con la mirada fija en la comida.
-¿A vos que te pasa que estás tan callado? –le dije-.
-Nada, papá, nada.
“Nada, papá, nada”, repetí para mi mismo. Cuatro años. A los diez se va comer la teoría de la relatividad. Einstein y Hawking le quedarán chicos –pensé-.
-¿Leíste El capital? –interrogué a Etna-.
Etna levantó primero una ceja, después la vista del plato y me miró a los ojos. En un gesto de cierto cansancio se llevó la mano a lo alto de la frente y se echo hacia atrás el cabello largo, abundante, levemente ondeado, rojizo. Su rostro quedó despejado.
-Por supuesto –me susurró de frente-. Licenciada en economía, especializada en investigación financiera-. Disculpá la pedantería de los diplomas. Vos me obligás.
Sonrió de costado con labios finos como los de nuestra hija. Volvió a ocuparse de Ceci.
-¿Y vos, leíste el capital? –retomó hacia mi-.
-Los capítulos que se leen en la carrera de Comunicación.
Sonó a incompleto. Así que me largué a una descripción de El dieciocho brumario, La lucha de clases en Francia –libros que conocía bien- y La ideología alemana –ahí me volví a quedar corto-.
No volvimos a hablar del tema. La fruta. La cena terminó. A lavarse los dientes. Cada uno a su cama. Y papi y mami también a la cama. A la misma cama.
Una vez que la puerta del cuarto estuvo cerrada, me quité la ropa hasta quedar solamente con el boxer elastizado negro. Levanté las cobijas. Me eché a la cama. Al otro lado del sommier, de espaldas a mi, Etna se bajaba el pantalón jogging. Apareció su cola, marcada por el triángulo de la tanga que se perdía entre las sombras de las nalgas. Los bucles de las puntas de su cabello largo reposado en su espanda brillaba rojo como el vino tinto bajo la penumbra del velador.
Sandra Pasadella. Rubia leona de ojos celestes lavados a lo Madonna. La había visto hacia horas en el subte. Casi había acariciado su herida mas tierna bajo la costura del jean (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/08/la-noche-del-sueno-eterno_16.html ). Algo en mi pasó por mi mente. Algo en mi comenzó a erectarse. 
Etna se echó a mi lado y me abrazó con la desnudez de sus redondeados y pequeños pechos tibios sobre mi costado. Sentí una vitalidad especial. Etna quedó dormida. Acaricié con cuidado el frente del mi boxer elastizado negro. Suave y breve.
Recordé que no me habían dado el pase para el área de prensa y marketing (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/07/volvio-una-noche.html ). Y que, en la empresa, aun vendía libros. Sentí el perfume de mi pecosa esposa. Como pude, cubrí su espalda en un abrazo. Apagué el velador. Me costó dormirme. Pero caí.

CONTINUARÁ en...
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/12/el-sabor-de-una-mujer.html

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