lunes, 14 de mayo de 2012

Amor a primera sangre

Viene de LA AMIGA DE SHEYLA (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/04/la-amiga-de-sheyla.html )

Yanina se puso tan severa en su idea de irse que sus amigos ni siquiera trataron de retenerla. Ana bajó a abrirle. Sheyla se acercó a mí como una pantera. Yo me puse de pie. Ella me abrazó por el cuello. Quedé atónito. Los chicos observaban. Sus ojos azules me encandilaron. Sacó la punta de su lengua y la rozó por mis labios. Aquello me parecía surrealista. Sheyla bajó la mano hasta mi cinturón. Me tocó. Me presionó. Los muchachos se levantaron. Tomé a Sheyla por la cintura. Luego la recorrí con mis manos por debajo de su remera violeta oscura. Rondé su delicado ombligo con mis yemas. Subí hasta los aros de su corpiño. Ella me observaba con ojos idos. El exceso de agua vegetal le facilitaba el placer de estar conmigo. Yo, en cambio, no había bebido tanto. Interpreté que era el momento. Bajé mis manos hasta su cintura y me dispuse a ir hacia donde verdaderamente deseaba. Por fin, lo que había deseado desde que la vi por primera vez en los pasillos de la facultad. Iba a desabrochar su jean. Pero fue ella la que desabotonó mi camisa. Lentamente.
Ana volvió de abrirle a Yanina. Entró al departamento y se movió sigilosa por detrás mío.
Un mechón de bucles rubios cayó sobre el rostro de Sheyla. Cerré los ojos. Abrí un poco la boca. Acerqué el rostro para besar a Sheyla en los labios. Pésima idea.
De inmediato sentí todo tipo de tironeos en las piernas y en los brazos. Abrí los ojos sobresaltado. Los dos muchachos y Ana se esforzaban en quitarme la ropa ante mi resistencia y mi asombro. Forcejeé con ellos. Los insulté. Sheyla, que había permanecido inmóvil, comenzó a acariciarme. A provocar cosquillas en mi cuerpo, que ya comenzaba a quedar desnudo. Fue una movida clave. Por un momento, yo en lugar de gruñir, me contorsioné de la risa con la más tierna inocencia. Y el grupo logró su objetivo.
Cuando quise retomar el control de mi cuerpo, estaba sólo vestido con el calzoncillo tipo slip que había traído de casa, de tela blanca. Nada menos erótico y estimulante que esa prenda. Así me tenían de pie a un costado de la mesita ratona. Ana, casi encima mío, pisaba mis pies descalzos con las punteras de sus zapatos y los chicos me aseguraban bien fuerte los brazos a la espalda. No entendía por qué me hacían esto. ¿Acaso me había comportado mal con Sheyla? ¿No había sido un caballero incluso cuando me hubo rechazado? Mi rostro estaba tenso. Iba a gritar. Pero la rubia de bucles me adhirió una ancha cinta de embalaje en la boca.
Miraba fijo a Sheyla. Era todo lo que podía hacer. Mis berrinches contenidos por la cinta se escuchaban como una súplica apagada. Entonces fue ella la que estalló en una vivaz carcajada. No se por qué.
Comenzaba una nueva resistencia con todo tipo de forcejeos incluso a pesar de las molestias de estar tan agarrado. Decidieron tomar una precaución. Ana me tomó del cabello y me tiró con fuerza la cabeza totalmente hacia atrás. Mi rostro quedó hacia el techo. Sheyla tomó la botella de whisky sobre la mesita ratona, me quito la cinta y me enchufó el pico en los labios. Me resistí a tomar. Pero el líquido comenzó a caer en mi boca. Sentí su tibieza en la garganta. Su regusto cremoso me invadió.
Sheyla me quitó la botella. Ana me soltó la cabeza. Me pegaron nuevamente la cinta. Pero ya no era necesaria. Estaba molesto, sí. Pero, así con la boca tapada, mis ojos se entrecerraban de relajo. No podía resistir. Me dediqué a dejarme fascinar por el cuerpo –por completo vestido pero igualmente hermoso- de Sheyla. Lamentaba el haber creído ingenuamente que esa noche me acostaría con esa chica. Ella, frente a mi, me observaba en la entrepierna de muslos forzadamente juntos.
-¿Qué pasa, con vos, Jorge? –dijo- ¿No la estás pasando bien? Te desnudamos. Te emborrachamos. Y todo sigue igual.
Si había algo en mi que había ejercido una formidable y efectiva resistencia era mi pene. Allí, dentro del calzón de tela blanca, esa noche, no había nada tan pequeño como él.
Sheyla caminó hacia atrás mío, donde estaban los chicos junto a Ana. El slip blanco me cubría la totalidad de las nalgas. Sheyla me lo corrió de arriba como quien le levanta la falda a una chica.
-Será cosa de tocar por acá –tanteó con cuidado-.
Me pellizcó en la nalga. Di un quejido ahogado. Volvió a hacer lo mismo, esta vez clavando las uñas. Largué chirrido más agudo bajo mi tapada boca. Escuché las risitas de ellos. Sheyla siguió intentando. Los chicos se entusiasmaron. Me acariciaban la cola. Entre mis propias quejas de dolor, me ponía cada vez más nervioso. Transpiraba en la frente. Trataba de dar pequeños saltitos pero Ana me pisaba aun más fuerte con sus filosos tacos.
Los cuatro se asomaron para ver como iban las cosas adelante. Mi pene continuaba intacto. Sheyla se quejaba como una nena. Entonces, comenzó a bajarme el calzoncillo lentamente. Nada me avergonzaba más que eso. Mis ojos casi se desorbitaban. Bufaba como un caballo bajo la mordaza pegajosa. Hasta que sonó el portero eléctrico.
Quedamos paralizados. Alguien más llegaría. Comencé a sollozar en silencio. Ana fue a atender. Luego dejó el departamento para bajar a abrir la puerta del edificio. El resto se relajó de mi cuidado. Rendido, me dejé caer arrodillado en el piso, contra la mesita ratona. Con la cabeza baja, pensaba en Sheyla. Lo mucho que me había gustado la primera vez que la vi. Lo mucho que me habían entusiasmado en nuestros primeros encuentros. Cuando me rechazó había creído que lo hacía de buena chica. Inocente. Y ahora yo allí, con la cara colorada y llena de lagrimas. Me sentía tan humillado que ni siquiera me moleste en quitarme la cinta de embalaje que cubría por completo mi boca.
Los chicos y Sheyla se habían sentado en los sillones. Había en sus expresiones algo de tensión en la espera del nuevo huésped. Pero también decepción. Como si se les hubiese acabado el tiempo. La puerta del departamento se abrió. Ana hizo pasar a otra mujer. Era joven. Automáticamente levanté la cabeza hacia ella. Por encima de la humedad brillante de mis pupilas, abrí bien los ojos. Se quitó el abrigo y dejó su cartera sobre un sillón. Sus muslos se veían fuertes en unas ajustadas calzas azul grisáceas. Vestía una blusa blanca holgada, de mangas cortas abullonadas, de un cuello bote que dejaba ver sus pechos no muy grandes pero bien  redondeados. La blusa tenía un ancho cinturón que destacaba la afinación de su cintura. Por debajo del cinturón la blusa caía en una falda que llegaba hasta el comienzo de la pierna. Caminaba con cuidado entre sus botas altas, taquito medio y puntera aguda.
La recién llegada fue saludando con besos en la mejilla a cada uno. Se dio vuelta. La blusa estaba levantada por detrás, agarrada del cinturón. Quedé obnubilado en su cola un poquitín ancha, perfectamente redondeada en la elastizada calza azul grisácea. Ella me miró de costado y me sonrió. Sus ojos estaban delineados de negro y su flequillo pasaba las cejas y  tirado levemente hacia el costado. Luego fue directo hacia mi. Conocía a esa chica.
Cuando me tuvo de frente, me tomó de las mandíbulas y, suavemente, me hizo poner de pie. Me arrancó la cinta de la boca. Comencé a temblar. Su sonrisa era luminosa.
-Creí que vendrías conmigo –dije confuso-.
-Vos no me esperaste, Jorge, y a mi me pasó lo que a todas las chicas. Se me hizo tarde.
Belén. Había salido con ella la semana pasada. Belén Isabel Moreno, su nombre completo. Ella bajó la vista. Yo también. Por primera vez en toda la noche, dentro de mi calzoncillo blanco, mi pene estaba alzado.
Belén me apretó el rostro. Nos besamos en los labios. Cuando nos soltamos las bocas, yo no podía dejar mirar la entrepierna tapada con la blusa blanca.
-Tranquilo. Hoy estoy indispuesta. No haremos nada –dijo con sus pupilas delineadas en negro sobre las mías-.
Luego sucedió un fenómeno que se repetiría a lo largo del tiempo una y otra vez y que no alcanzo a explicar del todo ni siquiera hoy, seis años después. Ana, la dueña del departamento, sencillamente dijo “chau” y se fue. Tras ella salieron Sheyla y los chicos. Nos dejaron solos.
-En quince días voy a estar ovulando y vos vas a ser totalmente mío –afirmó Belén-.
Se agachó con cuidado. Sentí crujir sus botas. Sus hermosos y fuertes muslos de azul grisáceo quedaron horizontales. Desde abajo clavó sus ojos delineados en mi rostro. Me bajó el calzón hasta los muslos. Se metió mi pene erecto entre sus labios. Y me hizo el mejor sexo oral, quizás, de mi vida. Fue mi salvadora.
            Así fue la segunda cita con Belén y la primera fiesta de los sábados a la noche en el mítico departamento de la avenida Santa Fe. Habría muchas a lo largo de los años. A Shayla casi no la volví a ver. Un par de veces nos cruzamos, fuera de ese edificio, y apenas si nos saludamos. A esa hora de la madrugada, una frase se había encarnado en mi. La hice explicita cuando Belén acabó su cometido.
            -Belu: te amo –susurré, con vergüenza, en plena eyaculación-. 

CONTINÚA en...
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