jueves, 9 de febrero de 2012

Cartas a la reina plateada. De playa sobre el jeep

Alina María:
No se puede negar lo bien que la pasaste aquella tarde.
Temprano en la playa. Desde la primera mañana fui tuyo frente al mar. Cuando la tarde cayó, decidí meterme entre las olas. Corrí hasta orilla.
Te dejé sola con tu bikini plateada y la lona.
El agua me fue cubriendo lo pies. Jugué allí con las olas y la espuma. El mar estaba bastante fuerte. La playa quedaba solitaria. 
Cuando volví del agua, ya en subida sobre la arena seca, se escuchaban unas conversaciones y unas risas.
Dos muchachos se te había acercado.
Me sonreíste fresca. Estabas sentada sobre la lona con las piernas juntas.  Me observaste desde abajo.
Uno de los chicos se puso un poco serio. Tenía cabello enrulado. Se llamaba Mariano, aclaraste cuando nos presentaste.
El otro de cabello lacio y algo largo, me tendió la mano amigable. “Bilbao”, se presentó él mismo sin ponerse de pie. Ambos fueron simulados. Yo, sin embargo, advertí como miraron mi mojado short deportivo azul con vivos negros que a vos tanto te gusta. Ellos llevaban bermudas más largas.
Me senté junto a ustedes y charlamos aunque yo no sabía qué decir.
Te levantaste y yo detrás tuyo. De pie los dos, te sacudiste la cola con la mano y me dijiste que ellos nos podrían llevar a casa.
Qué hermosa estabas. Tu espalda estaba derecha. El corpiño de triángulos de tu bikini estaba erguido. Lo fuertes que se veían tus muslos. Tu estómago bronceado. Tu cabello ondeado y castaño al viento. Tu mirada siempre sombría.
Me acerqué para besarte. Apenas rocé tus labios finos, me pusiste tu dedo índice sobre mi boca. Miraste el short azul. Creo que eso te puso de buen humor. 
Te volviste hacia los muchachos y yo me quedé con la vista en la bikini metida en tu cola. Sentí ganas de llorar.
Los chicos tenían un jeep sin techo detenido cerca, en la playa.
Subimos todos. Yo iba adelante, en el asiento del acompañante. Atrás vos, mi reina Alina María, y Mariano. Arrancamos. El auto se movía para uno y otro lado entre los médanos. Ellos querían dar una vuelta, antes de tomar la avenida costera.
Bilbao manejaba a mi lado. Sonreía con los dientes blancos y cabello lacio agitado. Él y yo con la vista al frente sobre el amplio parabrisas. Desde la parte trasera del vehículo se escuchaban risas de hombre, de mujer, algún gemido, chasquidos a carne humana percutida. Más risas que se perdían en el viento bajo el horizonte rojizo al oeste.
Bilbao detuvo el coche. Se bajó e hizo un reclamo. Me di vuelta y te vi rendida. Como a la mercadería después de la pesca. Sobre los chapones del jeep. Boca arriba. Desnuda. Parecías muy feliz. Mis ojos debían estar vidriosos.
Bilbao me dijo que me pasara al asiento del conductor y manejara. Lo hice. Volví la vista al frente. Vos suspirabas. Todos nuevamente arriba, arrancamos a bamboleo sobre la arena. El asiento del acompañante iba vacío.
Mientras manejaba, algo inquieto, escuchaba tus risas y tus “no, ¡cuidado!”. Seguidos de más risas agudas.
Luego tus gemidos de felina cada vez más graves. Luego el silencio. Algún quejido tuyo ahogado en la garganta.
El murmullo del mar.
Y el berrinche del motor del automóvil.
Luego eran ellos los que jadeaban. Prorrumpían en palabras o murmullos de aliento.
Giré el volante. Tomé la avenida de costanera con la noche sobre nuestras espaldas.
Los chicos nos dejaron y se alejaron con el auto.
Vos y yo solos nuevamente en la casa.
Estaba compungido. Te hubiera abandonado.
Pero supiste como tratarme. Por eso te escribo.

Yo acomodaba el bolso sobre la mesa. Vos tocaste mi espalda con tus dedos. Me di vuelta. Te miré irritado de furia.
Me hiciste arrodillar con un gesto. Quedé frente a tu figura bronceada. Quise hacer preguntas. Pero te quitaste la bombacha de bikini plateada. Miraste mi boca.
 Levantaste tu delicado píe desnudo y con la punta presionaste algo duro sobre mi short azul deportivo con vivos negros apenas húmedo del mar.
Aun quiero saber qué sucedió en la caja del jeep.
Pero volví a ser el mismo.
Tu más sumiso caballero...

Julius

2 comentarios:

  1. aaahhh!!!
    Yo no te hubiera hecho eso, no señor, qué feo. Primero tú y siempre tú, y luego, otro día, Mariano y Bilbao.

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  2. Lo que vos no me hubieras hecho, no se. Pero lo que si me hubieras hecho, seguro que me encantaria

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