martes, 15 de noviembre de 2011

Delfines y dientes


Una vez que estuve cambiado salí al jardín, calzado solo con mi malla y con mis Ray-Ban en la cara. Xoana y Clara estaban ya embikinadas, en las reposeras del costado de la pileta. Me quité los anteojos de sol y me zambullí al agua celeste. Ellas lo hicieron también. Jugamos en el agua. La tarde se volvió fresca y vivaz. Distraerse de los fierros y el taller un fin de semana soleado. Con dos mujeres. Eso es vida. Nos acariciamos. Bueceamos. Nos reconocimos. Nadamos. Fuimos delfines. Por un instante, olvidé que eran yeguas que aun no había domado.
Xoana subió por la escalerita y salió del agua. Estaba un poco cansada, dijo. Vi su cola bien formada, cubierta por la bikini negra, subir por los cuatro peldaños de metal. Atrás la siguió Clara, con sus nalgas algo más anchas aunque bien plantadas cubierta de lunares rojos sobre lycra blanca. Yo hice lo propio. Arriba nos miramos los tres. Estábamos empapados. Me acerqué a Xoana. Ella tomó una toalla. Yo acaricie la curva de su cintura sedosa por el agua. Ella abandonó la toalla.
La abracé. Sentí todo su cuerpo tibio y mojado. Fui con mi boca hacia sus pechos. Descubrí uno de ellos del triangulo la bikini negra. Saboree la redondeada teta y con fruición el pezón afrutillado.
-Quiero que bajes –dijo ella-.
-Vos primero –respondí yo-.
Presioné hacia abajo con mi mano sobre su cabeza de cabellos bien oscuros muy mojados y tirados hacia atrás. Ella me detuvo con suavidad. Me tomó de la mano y me indicó el quincho. Aun había mucho sol en la tarde. Fuimos hasta allí por el pasto. Clara nos siguió.
Cuando estuvimos en la sombra junto a la mesa -en la que tensamente nos habíamos hablado y tocado hacía horas (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/08/los-dinosaurios-del-jardin.html ), casi lo había olvidado-, Xoana le indicó algo al oído a Clara.
Sin mediar palabra, Clara se arrodilló frente a mi. Me bajó la malla. Tomó mi pene alzado y mojado. Lo metió en su boca. Comenzó a sobarlo. Yo entrecerré los ojos y largué un silbido hacía lo alto de las tejas del quincho. Esa era Clara. Obediente. Gauchita. Me relajé. Ella sobaba. Ella sobaba. La tomé con ambas manos por atrás de la cabeza. Me entusiasmé. Comencé a tironear de sus rulos estirados y alisados por el agua. Cada vez con más fuerza. Gemía ronco. Cada vez con más fuerza. La cabeza de Clara iba y venía.
Lo que comenzó para ella como un saludable ejercicio de felatio, se convirtió para mi en una regia fornicada por la boca. Xoana me sacudía por el hombro. Ni la registré.
Grité: Un dolor agudo en el pene. Traté de apartar a Clara. Pero ella dentellaba fuerte entre el tronco y la cabeza del pene.
-Sos un salvaje –me dijo Xoana severa-.
Clara se levantó seria. Me subí la malla.
-Vos sos mecánica, ¿no? Como yo. Podés comprenderlo –dije a Xoana-. Yo sólo me relajé y me gustó.
-Tomás a las mujeres como hombres –se quejó Xoana-.

-Ella me mordió –grité-. Además, vos la pusiste a Clara allá abajo.
“Esto no va a quedar así”, me pareció escuchar a regañadientes. Pero, a la luz de lo que sucedió después, tengo por pensar que estas dos yeguas ya tenían toda la tarde planeada.
Se formó un silencio tenso.
-Tomemos unos refrescos. Todavía hay mucho sol –rompió Xoana-. 
-Yo aun tengo la malla muy húmeda –dije-.
Clara dudó.
-Te traigo un short seco de adentro –propuso y se alejó por el jardín-.

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