viernes, 16 de marzo de 2012

Un buen amigo

El día en la oficina pasó casi como si nada. Apenas si pensé en mi ex novia en algunos momentos. Antes que eso, tomé con mi mano el rostro de una de las chicas y la piropee a raíz de su nuevo corte de cabello. Ella rió. Yo también. Se dio vuelta para irse. Tenía buena cola. Eso le dio un color especial a la jornada. Era un hombre libre.
Por la noche, en casa, tampoco me detuve en mi nueva situación de soltería. Después de todo, éramos novios pero no vivíamos juntos. Siempre había estado sólo en el departamento. No me afectaron la ausencia de charlas telefónicas ni los mensajitos por celular. Me sentí con tanta libertad, que ni bien llegué a casa, luego de prepararme un café con galletitas, sentí ganas de masturbarme. Sencillo. Fui al baño y lo hice. Me sentí pleno. Tanto que, después de cenar, además de lavarme los dientes y orinar, recordé vagamente los shorts ajustados que usaba ella, mi ex novia,  y, sin vueltas, otra vez me masturbé.
Al otro día, en la hora de almuerzo del trabajo, el recuerdo de ella me invadió. Pero el trajín de la oficina me mantuvo ocupado. Devuelta en casa, no pude evitar imaginar el pasado. Ella de botas de altas, de muslos fuertes. Me masturbé. Cené en la compañía de la tristeza. Una nueva masturbación me devolvió la sensación de libertad. Sin embargo, algo comenzaba a preocuparme.
Al otro día en la oficina, todo me recordaba a ella. Cualquier conversación con las chicas o con los compañeros de trabajo me recordaba que este fin de semana la pasaría solo. Llegué a mi departamento con un nudo en la garganta. Cuando sentí deseos de desnudarme a solas en el baño, me di cuenta que mis sentimientos amenazaban con desbarrancarse. Me negué a la masturbación. En cambio, me duché con agua tibia mientras reflexionaba. Y lloraba.
No podía llamarla ella otra vez. Nos habíamos separado. Antes que libre, ahora me sentía solo y desahuciado. Llamé a la abogada y le propuse que nos veamos. Dijo no. Sin siquiera darme la posibilidad a ofertar un día y un horario. Claro, la abogada para mi había sido sexo rápido. Yo, para la rubia abogada, había sido un divertimento, el chico freak al que ella había logrado agachar entre sus muslos para que le hiciera sexo oral.  La angustia y las lagrimas espesas eran parte de mi. Me masturbé una vez más y eso me puso peor.   
            No entendía qué pasaba. ¿Acaso no era libre? ¿Acaso mi novia no me provocaba sino dolor? ¿por qué la extrañaba? Para qué están los amigos, pensé. Comenzó a crecer una idea que me mantuvo tranquilo. Al menos durante las horas nocturnas del sueño.
No quería decir a nada en la oficina. Lo cual no hacía más que aumentar mi mortificación. Y  ya no podía esperar a llegar a casa. Cuando finalicé mi almuerzo en la barra de un bar del centro, me encerré en el habitáculo del inodoro del local y con mi celular lo llamé a mi amigo Leandro, a quien los allegados llamábamos Len.
-Por favor, quiero que vengas esta noche a cenar –rogué-. Quiero hablar con vos. Me separé de Belén. Estoy muy mal. La extraño. Me gusta. Y creo que la amo.
Rompí en llanto por la línea. Luego él me hablo afectuosamente. Dudó primero pero afirmó que esa noche nos veríamos.
-Quiero pedirte algo más –insistí-. Quiero pedirte que traigas sogas. Por favor.
No estaba dispuesto a seguir en esta situación. No, al menos, de la misma manera.
La verdad es que Len me dio tiempo a cenar. Justo cuando estaba por tener un nuevo acceso de angustia bajo la idea de que encima mi amigo no vendría, sonó el portero eléctrico. Casi me derrumbé sobre él cuando estuvimos solos en el departamento. 
-Len, hoy viniste acá y ahora vamos a charlar. Sos muy bueno. Pero más tarde o más temprano te vas a tener que ir. Me voy a quedar solo. Y estoy desesperado. Quiero que me ates las muñecas a la espalda –dije mientras él sostenía mi rostro con sus manos-. Quiero pasar la noche atado. Quiero olvidarme de todo. Quiero olvidarme de mi mismo y de que existo. 
Len observaba mis ojos rojizos.
-Sos tan exagerado que pareces gay –dijo-. Solo es una chica. Nada más.
Me acomodó la cabeza sobre el cuello. Me soltó. Me acarició la mejilla. Me la golpeó suave con la palma de la mano. Yo traté de sonreir.
-No te voy a atar –continuó-. Eso lo dejo para tu novia. O, mejor dicho, tu ex novia. Vamos a hacer otra cosa. Desnudate –pidió con delicadeza-.
Me quité toda la ropa con el desánimo de un preso en un campo de concentración. Hay que reconocer que su presencia me inhibió. Len miró la zona de mi ingle.
-Bueno, ya no estás tan desesperado –sonrió-.
Traté de hacer lo mismo con más ganas que la vez anterior. Len se descolgó la mochila del hombro, la abrió y sacó un slip de látex negro. Se agachó hasta la altura de mis tobillos y me hizo pasar los pies por los agujeros de la prenda. Me lo fue subiendo por las piernas hasta que me lo calzó en la cintura. Era muy pequeño. La mitad de mis nalgas quedaban aire. Como si toda mi zona genital no quedara suficientemente apretada, él sacó afuera los cordones blancos del elástico de la cintura y tiró de las puntas con fuerza. Pero en lugar de atarlos, aseguró las argollitas por las que ambos cordones salían, con un pequeño candado que sacó de su mochila. Cerró el candadito con la llave.
-Ahora si que no te vas a masturbar. Tu sexo está a mi cargo –me mostró la llave y la guardó en su bolsillo-. Espero que no tengas ganas de ir al baño.
Se rió. Esta vez a mi también me causó gracia.
-Ahora hablemos –dijo Len-.
-Sentate –indique una silla alrededor de la mesa-.
Así como estaba, vestido solamente con un slip de castidad, fui a la cocina. Volví con dos tazas de café. Las coloqué en la mesa. Una delante de él, otra en mi lugar. Acomodé la silla hacia mi amigo y, no sin cierta incomodidad, yo también me senté con las piernas abiertas.
Le conté todo. Desde cómo Belu me había dejado luego de unas diferencias y mi desliz de una noche con la rubia abogada. Recordé muchas cosas lindas de Belén y lo mucho que nos habíamos amado. La describí y la volví a describir. Len me escuchaba atento. Cuando yo bajaba la cabeza, el me alentaba con una mano en el hombro o con alguna palabra. Luego él dijo lo que pensaba. Insistió en que el asunto no era para tanto, que estas cosas pasaban en las parejas, y que en cuanto me divirtiera un poco, vería las cosas de otro modo y podría pensar mejor que hacer con Belu y mis sentimientos hacia ella.
Habíamos hablado bastante. Y quedamos en silencio un rato. Yo seguía cabizbajo.
El slip de látex negro seguía bien ajustado. Pero era elástico. A todas luces denunciaba, ante los dos, lo erecto que estaba mi pene.
Len me tomó de los brazos y me hizo poner de pie. Se agachó hasta la altura del slip. Apoyó la su mejilla sobre mi bulto. Fue cariñoso. Me incomodé. Luego me acarició la zona de látex suavemente con sus manos. Me relajé.
Volvió a blandir la llavecita. Abrió el candado. Me bajó el slip. De un golpe, apareció mi pene en toda su ereccción. Sus manos jugaron con él. Cerré los ojos. Abrí la boca. Suspiré. No pude evitar dejarme hacer. Con una mano, colocó mi pene contra mi estómago, con la otra rehizo mis testículos. Yo era totalmente suyo. Mi cuerpo era como el suyo.
Por extraño que parezca, en un momento, quise resistirme. Me puse un poco tenso. Pero Len sabía donde estaba mi placer. En un caso como este, nada mejor que un amigo gay. Verdaderamente gay. Que, como hombre, sabe dónde acariciar y sabe dónde presionar, sabe dónde abrir los labios y dónde colocar la lengua. Cuando estuve a punto de eyacular, él frenó la operación, guardó todo en su lugar, volvió a cerrar con candado y se puso de pie.
Lo miré con ojos encendidos. Él rió. Yo también. Como loco, lo abracé por el cuello. Él me palmeó la cola.  
-Esta noche, salimos a pasear –exclamó-.
Sin perder tiempo, me enfundó en unos pantalones de cuero, me calzó unos borseguíes cortos con plataforma y una remera. Bajamos a la calle. Me metió en el asiento trasero de un taxi. Yo estaba contento. Pero esperaba que fuera una salida breve. Debería haberle insistido en que al otro día yo debía estar temprano en la oficina. En cambio de eso, pregunté:
-¿Llevás la llavecita del candado, no?

1 comentario:

  1. vaya amigos que gastas, guapo!!!

    otro día que se sientas así de... deprimido y excitado, llámame y también te sacaré a pasear ;-)

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